domingo, julio 29, 2007

14. Graham peso muerto

Gladys es una persona muy dulce, de maneras suaves, rara vez levanta la voz ni pierde los nervios y en situaciones tensas como esta te lleva sin que te des cuenta hacia su terreno, lo que revienta al pobre Graham, porque le cuesta muchísimo pasar de un estado de agitación a una calma total, sobretodo porque no sabe desenvolverse bien en esas situaciones.
-Te acaba de “colocar” la jefa, Graham.
-No es ninguna jefa, rey.
-¿Qué me has llamado?
-Que no es ninguna jefa, es una simple enfermera.
-Te digo que qué me has llamado, que cómo te has dirigido a mí antes.
-No te entiendo.
-Oye ¿en qué habitación estás tú?
-¡Me cago en dios!

Como decía, Graham tiene un pronto muy peligroso a pesar de ser hipersensible y llorar a la mínima. No sé, debe ser cómo se queda si no recibe su extravagante y a todas luces ilegítima dosis de sexo, porque nunca había tenido conscientemente ningún problema con él. Está como una cabra. Los médicos de este centro se pasan las horas estudiando la conducta de los internos sin llegar a ninguna conclusión que no sea “está loco” y tienen en la plantilla de los trabajadores al peor y con el que seguro que podrían aprender muchas cosas de cara a evolucionar satisfactoriamente en su carrera profesional. La conversación la tuvimos que interrumpir por falta de entendimiento. Graham me llamó “rey”, licencia que no le permito ni a mi novio, en caso de que llegara a tenerlo algún día, le pedí explicaciones y él no se dio por aludido e insistía en lo de que Gladys no es su jefa ni de nadie, y yo, sutilmente, le pregunté si estaba tan loco como los demás y se echó sobre mí volviendo al forcejeo de antes donde lo habíamos dejado. Cuando empezaba a tener miedo –es enorme y pesa mucho- faltándome el aire debajo de él apareció otra vez Gladys con una jeringa cargada. Graham retiró sus ciento veinte kilos de peso de mis costillas confiado de que por fin iba a tenerme a su entera disposición –por fin nos pusimos de acuerdo en algo, yo también lo pensé- y Gladys le clavó la jeringa en el muslo. De la mezcla del miedo porque la inyección me fuera destinada y la alegría por sentirme libre al ver que era para Graham me oriné encima.
-¡Ay, pobre! Exclamó Gladys enternecida.
-¿Qué pobre? Estaba a punto de aplastarme, por no hablar del revolcón que me esperaba en cuanto me redujese.
-¡Qué no, tonto! Si es por ti, que te has meado encima. A pesar del olor me abrazó como a un niño y continuó:
-Venga, cógele de las piernas y ayúdame a llevarle al almacén de farmacia.
-No creo que ese sea un buen sitio para dejarle. ¿No hay habitaciones vacías en esta planta? Merece estar encerrado más que muchos de nosotros.
-Tiempo al tiempo, sé perfectamente lo que te hace cada noche en esta habitación y sólo necesito encontrarle en plena infracción.
-¿Infracción? Y qué le puede caer, ¿una multita? Joder, ¡lleva abusando de mí desde el coma! Ese, por lo menos, debería quedarse interno y atado. Debió perder la cabeza entonces, doblando turno durante tanto tiempo y con un comatoso como única compañía.

martes, julio 24, 2007

13. Graham me dice cosas bonitas al oído

Esta noche no he conseguido dormir una hora seguida. Ya me acosté algo agitado ante la posibilidad de que Gladys acudiera a la cita con la lujuria en mi habitación y a medida que avanzaba la noche y ésta no aparecía mi agitación iba en aumento. Además esa noche hice lo posible por no tomar la medicación y ante la duda no tomé ninguna, ni la pastilla de después de cenar, ni la inyección de la enfermera, que esta vez fue la del turno de tarde, librándome de ella asegurando que sería el turno de noche quien me la pondría, como siempre, y tampoco cené por temor a que, como no he dejado de oír desde que llegué, alguna medicina fuera disuelta en ésta. Y aunque hubiera conseguido dormir algo, a un lado de mi cuarto tenía las brutales embestidas de Raimundo sobre la complaciente Sharon contra la pared donde apoyaba mi cama y el pobre Henry que para colmo tarareaba entre sueños. Al menos me concentré en la musiquilla del otro lado que no estaba nada mal. Para estar loco, Henry era un grandísimo compositor y pronto empecé a sentir envidia, imaginando cómo sería un sueño con banda sonora. Concentrado en esto último y habiendo liberado algo de tensión con la música gutural conseguí dormir, o descansar los ojos, al menos unos minutos, hasta que me despertó el ruido del pomo de la puerta al girar. Me dio un vuelco el corazón porque estaba convencido de que era Gladys, con su pijama blanco, que es el uniforme de trabajo, su escote amplio con ayuda de la cantidad de bolígrafos, rotuladores, tijeras y pinzas que abultan su bolsillo superior y sus pantalones ceñidos cubriendo a duras penas esos muslos turgentes, brillantes... Rápidamente di muestras de mi hipersensibilidad tensando mi pantalón del pijama por acción de una descarada erección.
Quien entró con ese sigilo en la habitación fue Graham, confirmando todos mis temores de haber estado siendo violado cada noche, menos la anterior, supongo, por pasarla con Gladys. Al verme pareció sorprenderse, por encontrarme despierto, desnudo sobre las sábanas y tan excitado como estaba. Si no hubiera sido por esta última razón se hubiera largado corriendo de allí, alegando seguramente haberse equivocado, pero mi erección le hizo dudar en un principio y decidirse a atacarme después.
-¡Lo sabía!, Grité forcejeando para desasirme de sus enormes manos.
-Qué sabías, Murray, no sé de qué me hablas. Yo te gusto. Me lo demostraste en la UCI.
-¡Estaba en coma, tarado!, Ahora había conseguido reducirle no sin esfuerzo y justo en ese momento entró sobresaltada Gladys, con lo que sus carnes se mostraron excitantemente temblorosas bajo su uniforme blanco, gritando:
-¡Qué está pasando aquí!
En el momento de la aparición de Gladys a Graham y a mí nos había dado tiempo de dejar de pelearnos y ya estábamos sentados en la cama, en actitud de estar manteniendo una amistosa conversación, pero totalmente despeinados, con los rostros colorados por el desgaste durante el forcejeo, mi pijama y su uniforme retorcidos y un calor sofocante dentro de la habitación.
-No, nada.
-Estabais gritando, y se oía palabra por palabra, y conozco perfectamente lo que lleva pasando cada noche en esta habitación desde hace unos meses, dijo mirando fijamente a Graham. En ese momento no tuve claro quién de los dos era el loco.

domingo, julio 15, 2007

12. Henry Mancini, el gran compositor gutural

Recuperada la confianza en mi erotismo y teniendo en cuenta que la competición del vídeo juego había terminado para mí, pasamos el resto de la mañana retozando por cada rincón del devastado dormitorio sin tener ningún contacto con nadie, ni internos, ni personal sanitario, bueno, salvo la lógica y excitante excepción de Gladys, que me sorprendió con su inusual, para su edad (47 años recién cumplidos), destreza amatoria. Sí hubo algo que nos llamó la atención de vez en cuando: una musiquilla que venía de la habitación de al lado, la opuesta a la de Raimundo, que nos inquietó porque daba la impresión de estar compuesta o pensada para dar dramatismo al tremendo festín sexual que estábamos teniendo Gladys y yo, como si fuese una banda sonora y lo acontecido en mi cuarto la escena de una película. No podría afirmar que fuese una grabación, era más bien un tarareo, un sonido gutural, como si unos labios estuvieran pegados a la pared contigua emitiendo el ruido. Lo que en principio nos causó cierta inquietud al final contribuyó a que estuviéramos todo la mañana convertidos en uno.

Gladys se fue a su casa poco antes de la hora de comer. Necesitaba descansar para entrar por la noche en su turno habitual después de librar la jornada anterior. Yo no quise hacer ningún comentario al respecto de lo que podría ocurrir esta noche, si la enfermera se limitaría a cumplir con su trabajo sin asomarse ni un momento a mi estancia, si lo haría al terminar el turno para pasar otra mañana en mi cama enroscando los rizos del pelo de mi pecho entre sus dedos y haciendo el amor como hacía mucho que ninguno de los dos lo hacía. Lo que tenía claro es que la medicación no me la perdonaría ni loca y que pasaría la noche inconsciente, solo o acompañado, por Gladys o quien fuera (¿¡Graham!?).

Llegando al comedor me estremeció el alboroto que había formado. Me hizo recordar el recibimiento que me dedicaron los internos, en especial Sharon con su cuchillo de cocina, tras la recuperación de las heridas causadas por la bomba. Habían hecho corro alrededor de alguien que les hacía reír a carcajadas.
- ¡Por fin un loco de verdad!, Gritó Procopio con la boca llena dando una terrible palmada en la espalda del nuevo.
- Pero, di algo, soso, di tu nombre, ¡algo!
- ¡Qué gracioso!
Realmente Sharon había encontrado equilibrio al lado de Raimundo y no pude evitar felicitarla, lo que hizo sentirme realmente bien, a pesar del miedo que aun le tenía, si bien, me aseguré antes de acercarme a ella de que no había ningún elemento punzante, cortante o simplemente lesivo a su alcance.
- ¿Por qué felicidades?
- Porque me alegro de verte tan bien como antes.
- Estoy mejor que antes, Murray, dijo, notando en sus ojos un brillo de misericordia que me derrumbó en sus brazos.
En ese emotivo instante alguien empezó a tararear una música muy sensiblera, como de comedia romántica de verano en su momento más álgido, haciendo romper a reír a todos los que estaban en el comedor. Aquel que no abría la boca para nada era el nuevo residente, el que ahora ocupaba la habitación a la izquierda de la mía, seguramente el que compuso la banda sonora original de mi encuentro sexual con Gladys.
Como no era capaz ni de decir su nombre, ni siquiera escribirlo, decidimos llamarle Henry Mancini, porque seguramente fuese el mejor compositor de bandas sonoras vivo, como lo fue Mancini en vida. Aunque el loco solo fuese compositor gutural.

domingo, julio 08, 2007

11. Gladys y la máquina imparable de sexo

No preguntéis cómo, pero he despertado junto a Gladys en mi cama, o lo que queda de ella, porque parece como si la bomba que casi me mata hubiera estallado en mi cuarto esta misma noche. No recuerdo absolutamente nada de lo que pasó. Supongo que hicimos el amor, o al menos echamos un polvo, porque al despertar estaba completamente desnudo y abrazado dulcemente a Gladys. Por fortuna no tengo la misma sensación que al despertar del coma, con Graham al pie de mi cama “velando mis sueños”. Procuré no moverme la primera media hora para no despertarla, tiempo que empleé en intentar recordar lo ocurrido. Tarea imposible, pues la medicación que me dan por la noche hace que no recuerde nada (me estremezco de miedo al pensarlo fríamente), como bien sabe Gladys, que es quien muchas veces me las proporciona. Si no estuviera atravesando una crisis amorosa la denunciaría por violación... Bueno, cuando estuve en coma no tenía crisis de ningún tipo y no denuncié a Graham, aun teniendo pruebas para ello. Elimino esta preocupación de mi cabeza con una facilidad pasmosa y me concentro en otra nueva: ¿disfruté con mi nueva, flamante y talluda amante? Como se aproveche de mí cada noche no lo voy a saber en la vida, así que empiezo a zafarme de sus brazos rollizos y me escabullo bajo las sábanas (percibo que lo que nos cubre no es la sábana, sino una bandera enorme del Betis que clavé al techo, regalo de mi tía Paqui hace años.) Empiezo por los pies con un masaje que me excita inusualmente. Ahí descubrí el secreto de obtener placer dándolo. Me gustó tanto que no pude dedicar tiempo a acariciar las demás partes del cuerpo de Gladys pues esta me arrancó de mi ensimismamiento con una agitación que me dejó al borde mismo del clímax, tan al borde que alcancé el orgasmo apenas iniciado el coito.

- OH, ¡NO!
- Ya está, mi amor, ya está, ya ha pasado todo.
- Lo siento.
- No te preocupes mi vida, me siento como si lo hubiese alcanzado contigo de la mano.
- Te juro que nunca antes me había pasado.
- Sí, anoche.
- Pero, ¿cada vez?
- Cada vez, qué.
- Cada polvo.
- Qué coño, sólo hubo una vez.
- ¿Y este desorden?
- Curiosamente la eyaculación no hizo que liberaras tensión, el haberlo hecho de forma precoz...
- ¿No puedes emplear otro término menos científico?
- ... te volvió loco... Vaya, perdona, quería decir que te sacó de tus casillas.
- Vale, vale, lo he entendido.
- Con vosotros es difícil medir las palabras con exactitud. Nadie reconoce estar como está pero luego tenéis reacciones desmedidas a la mínima insinuación. Vosotros sabéis mejor que nadie como estáis, no necesitáis demostrar nada a nadie.
- Ya lo has vuelto a hacer.
- ¿Lo ves?

- Oye, ¿cómo acabamos aquí?
- Vosotros sabréis.
- ¡No, coño! Tú y yo, en esta cama, en esta situación.
- Uf, a ver cómo te lo explico. Estoy al tanto, lógicamente, de todo lo que ha pasado desde que ingresaste, y, sinceramente, siempre me has parecido un queso, pero por muy buenos que estéis yo no me arriesgo a intimar con ninguno. Pero tu caso es especial, porque siempre me has parecido diferente. Está claro que si estás aquí dentro es porque supones una amenaza contra la sociedad e independientemente de lo justa o injusta que esta sea, estás al margen de ella. Y desde el atentado, me enterneció tu actitud hacia los acontecimientos, hacia tu ex novia...
- Sharon.
- ...eso, Sharon. No era normal tu punto de vista, tu inocencia. Para que me entiendas y no te enfades, no es muy normal esa actitud en un desequilibrado mental, al menos en mis veintitrés años de experiencia no me había encontrado con alguien como tú. Te cogí cariño. Pero sobretodo fue al encontrarte dentro de mi taquilla, inconsciente, con el torso desnudo y completamente depilado por el fuego de la explosión, tu ropa interior hecha jirones... Durante las curas casi no podía contener mi recuperada feminidad y de no ser porque estabas constantemente custodiado te hubiera violado cada noche.
(...)
- ¡Madre mía, qué sensibilidad, qué poderío, qué descaro! Pensé que no te atraía lo más mínimo.
- Son esos ojos con los que me miras, me distraen de todo lo demás.
- Si no te desvanecieras con esa celeridad estaría muerta de miedo ahora mismo.
- Hay que terminar esto de una vez.

Y esta vez pude consumar el acto. Y me encontré tan seguro, tan confiado en mí mismo que incluso me recreé en el baile asegurándome en satisfacerla como merecía, más por sacudir la suciedad acumulada sobre mi maltrecha autoestima que por dejar a Gladys cubierta de amor y unida a mi hombría para siempre, puesto que no la conocía y no me estaba jugando nada, era ella quien se encaprichó conmigo y mi hastío vital me condujo hasta sus suaves y tiernas carnes.

domingo, julio 01, 2007

10. El sexo con drogas legales y un toque de magia.

Anoche no pegué ojo con los gemidos y risitas de Sharon y Raimundo filtrándose por el tabique que separa mi habitación de la de Rai. Yo pensé que el acolchado de las paredes era un buen aislante acústico, pero la verdad es que no, era como si te invitan a participar en un trío y al final te dejan de lado y te limitas a mirar. Por lo visto toda la planta estaba al tanto de la fiesta por lo que supongo que los gritos de placer fueron especialmente sonoros, hasta el punto de que muchos internos me miraban por la mañana con una sonrisa de complicidad,

-“vaya nochecita, ¿eh?”
-“vaya triunfo bilateral, Murray”;
Y yo:
-“que no fui yo, fue Raimundo”;
Y contestaban al unísono:
-“con quién, ¿con tu novia homicida?”, Y rompían a reír.

Supongo que mis ojeras no denotaban falta de sueño y sí algún tipo de tristeza por el desengaño amoroso, diferencia que los locos notaron y utilizaron para empezar su día con alegría a mi costa. Lo que más me tocó las narices fueron las risitas de Sharon. Imagino a Raimundo cambiando el vestuario de Sharon a golpe de parpadeo, convirtiéndola en el personaje que a ella se le antojase. O a él. Estoy como para planear una huida. Aunque eso sería lo más lógico si mi nula capacidad de reacción y mi depresión lo permitiese, pero me invade un sentimiento horrible, una especie de culpa ilógica por haber metido la pata (nunca mejor dicho, en un brasero) y haber incendiado la casa de una persona tan desequilibrada emocionalmente como yo, como se vio después, y compartir mi vida con una serie de personas con unos problemas cuya onda expansiva no tenía límites.
Para colmo, esa mañana ingresó un interno nuevo en nuestra planta. Era una persona muy tímida. Se limitó el primer día a observar a un par de pasos de la puerta de su cuarto lo que ocurría en su nuevo “barrio”, vestido con una bata casi transparente, abierta por detrás y apoyado en un pie de suero con ruedas. Era joven, de unos veinte años, era negro y precioso, a pesar de sus ojos de asustado, y no tardé en captar la mirada traviesa de Gladys y el celo con que atendía al nuevo, pero, eso sí, cada muestra de atención hacia él iba acompañado por una mirada de lujuria hacia mí. En ese momento me di cuenta de que siempre me he enamorado, o he sentido cierto interés por la persona que primero se enamoraba o sentía cierto interés por mí, siempre era alguien primero, antes que yo, nunca me he anticipado a nada. Es decir, que mi paso por la vida, o, mejor dicho, el paso de la vida por mí ha pasado siempre desapercibido, era la vida quien llamaba mi atención, quien me despertaba ante algún hecho notable, como, por ejemplo, el interés de alguien por mí. Nunca hice nada para enamorar a alguien, todo me vino hecho. Aunque pueda sonar bien, no hay nada de heroico en esto, no es que me haya pasado la vida apartando mujeres de mis pies, precisamente.