Aquella mañana me encontré a Raimundo desayunando y me senté en la misma mesa, delante de él.
-¿Te importa que me siente aquí?
-Adelante.
-¿Qué es esa basura que comes?
-Lo mismo que vas a desayunar tú.
Dando por concluidos los saludos iniciales, continué por donde quería llevar la conversación.
-Me alegra que podamos hablar a solas. ¿Va a venir Sharon?
-Sí, no creo que tarde. Además, le va a interesar el tema, ¿no?
-No se. Lo vuestro lo tengo asumido y, aunque me sigue produciendo cierta
desazón escucharos cada noche fornicar como animales, me alegro de que mi ex
novia parezca rehabilitada y de que haya rehecho su vida con un
amigo.
-Sinceramente no puedo creer que siguas enamorado de ella. Por Dios, Murray,
que te ha intentado matar un par de veces, que si no llega a ser por el pobre
Wuan estarías muerto.
-Joder, me siento culpable de que esté aquí dentro.
-La diferencia es que lo tuyo fue un accidente y esto dos atentados. ¿Lo
entiendes?
Raimundo no entendía el motivo de mi desazón y continuó intentando sacarme de mi ansiedad.
-Realmente, es ahora cuando pienso que no estás bien de la cabeza. Al principio
me parecía injusto que te hubieran traído aquí, pero creo que este es tu sitio tanto
como el nuestro. Y Sharon simplemente perdió la cabeza, como podía haberse
estado lamentando de vuestra dramática ruptura hasta rehacer su vida, pero si
está aquí es porque está tan loca como los demás, y ha llegado ahora por estos
incidentes, como podía haber perdido la cordura tarde o temprano por cualquier
razón.
-Joder, qué fácil se ve así.
-¿Verdad?
-Siento haber desconfiado de ti.
-No tenemos porque alejarnos el uno del otro, y esto nos viene bien a los tres:
Sharon está más centrada, en una sola cosa, pero está centrada; tú puedes estar
más tranquilo, menos amenazado; y yo he encontrado la forma de controlar un
poco mi poder mental y me lo estoy pasando de lujo con la moza. Y me consta
que ella también conmigo.
-¿Amigos?
-Claro.
-¿Te vas a comer esa inmundicia?
-Sí.
Sharon no tardó en aparecer. Su rehabilitación no incluía el cuidado del aspecto físico, e hizo acto de presencia completamente despeinada, con una camiseta de superman y con unos calzoncillos de su amante. Por un momento temí lo peor e imaginé que Raimundo llevaría las bragas de Sharon. Asomé la cabeza por debajo de la mesa y comprobé que me equivocaba. No llevaba puestas las bragas de Sharon, no llevaba nada puesto. El miembro viril apoyaba su cabeza exhausta sobre la silla, aunque había tenido la deferencia de colocar una servilleta sobre ésta para evitar la vergonzosa condensación, amén de otras humedades que produciría su entrepierna. De repente, como si mi indiscreción hubiese despertado a su pene, comenzó a desperezarse y a erguirse cruzando nuestras miradas y desafiándome en una demostración de fuerza que me ofendió. Incluso levantó otra servilleta que reposaba sobre uno de sus muslos hasta encontrar la parte de debajo de la mesa y atraparla entre esta y su cabeza. Sharon estaba besando dulcemente a Raimundo y de ahí su excitación. Además no llevaba sostén y sus pechos, que con el latir de su corazón ante la caricia de los labios de Rai, saltaban rítmicamente debajo de su camiseta creando lógica inquietud en el comedor. Yo estaba ocupado con mi inquietud y no sufrí los efectos de los pechos de Sharon, que Dios mantenga firmes por mucho tiempo.