sábado, junio 23, 2007

9. Sharon rompe la monotonía, una vez más.

Los últimos dos meses han transcurrido sin apenas detalles destacables, al menos en lo que a mi vida se refiere, porque la vida de los demás sigue su ritmo, más rápido o más lento. El caso es que la mía se ha detenido en un bucle de monotonía y tristeza y por poco que avancen la de los demás, da la impresión de que progresan a velocidad de vértigo.

Sé que debería estar planeando mi huida pero la pereza, la indisciplina y la apatía que me invaden me han arrastrado del dormitorio al comedor, del comedor a la sala de TV y de ésta al dormitorio de nuevo. Ni siquiera las partidas de fútbol en la PS me han liberado del hastío porque mis actuaciones han sido tan mediocres que los demás internos participantes han determinado expulsarme del torneo para que otro más interesado tomara los mandos del equipo con el que participaba, el Betis, abocado al descenso desde que empezamos la competición. Os puede parecer curioso el método de juego: si no rindes, te sustituyen por otro. Incluso yo podía participar en estas decisiones tan polémicas contra otros participantes. Esta medida favorecía siempre al espectáculo y la competitividad. Así pues, hasta el año que viene no podría volver a jugar, a no ser que algún jugador hundiera a su equipo y la competición decidiera sustituirle, y, además, decidiera que yo le sustituyera, cosa poco probable debido a mi pobre currículo.

Por otro lado, Sharon parece que se ha integrado de maravilla en el centro y da la impresión de que es la loca mejor rehabilitada, porque los demás estamos igual que cuando entramos.
Desde que ocurrió el incendio en su piso tuve claro que no íbamos a volver nunca, con razón, pero verla regresar hacia mí, aunque fuera para asesinarme, hizo que me sintiera absurdamente halagado. Fue mi última novia y aquí dentro apenas hay posibilidad de tener un encuentro sexual, con las excepciones de Gladys, la enfermera del turno de noche, que no me quita ojo desde que me encontró en su taquilla después de salir volando de la sala de TV tras la explosión, y el bueno de Graham, que temo que ya disfrutó de mi estado comatoso. Resumiendo mi vida sexual, Sharon me sube la lívido justo antes de sufrir el atentado gracias al cual una enfermera cincuentona se encapricha conmigo y un mega celador hipersensible me posee indefenso durante unas vacaciones en el subconsciente. Pero lo peor que me podía pasar era lo que ocurrió durante una visita al maltrecho Wuan junto a mi amigo Raimundo. Al llegar a la habitación, custodiados por Graham y su nuevo y no menos gigantesco compañero, se encontraba el ex ministro norcoreano debatiéndose entre la depresión y el miedo por recibir la siempre temida visita de Sharon, completamente arrepentida de sus actos, contra Wuan, -de lo mío no hay noticias- que sujetaba la trémula mano del oriental pidiéndole sinceras disculpas. Una fría punzada me atravesó de arriba abajo al encontrarla allí y no supe asimilar la razón exacta de esa sensación. Por un lado tuve miedo, pues era la tercera vez que nos encontrábamos en el Centro, y en las dos anteriores estuve a punto de morir; por otro lado sentí un hormigueo en el estómago que hacía tiempo que no experimentaba y que me resistí a reconocer como amor o algo parecido, lo que me llevó inconscientemente a dirigir una tierna y brillante mirada a Gladys, a quien empezaba a encontrar atractiva, situada discretamente detrás de mí esperando el término de la visita para realizar las curas pertinentes; y en último lugar percibí el miedo que sentía Wuan, rememorando el afilado y certero navajazo en su costado, una orgía de empatía que me puso de muy mala hostia, pues suficiente tenía con aquellos sentimientos encontrados hacia la famosa periodista como para ahora empezar a sentir el sufrimiento de Wuan como mío propio.
Esto es lo peor que me podía pasar, encontrarme con ella sin saber aun si la amaba o la odiaba. Y lo peor que le podía pasar a Wuan es lo que ocurrió a continuación: Como prueba de sus buenas intenciones, Sharon eligió un vestido sobrio y elegante, pero dotado de un generoso escote, casi tan generoso como el tamaño de sus pechos. Esto no impresionó a Wuan, supongo que el miedo le visitó con un atuendo más provocativo, pero sí hizo mella en Raimundo, que perdió el control de sus dotes extra sensoriales convirtiendo el vestido de Sharon en un extravagante traje de baño que apenas si cubría las oscuras aureolas de sus sorprendidos pechos, lo que nos provocó una erección instantánea a los hombres allí reunidos, con la preocupante excepción de Graham, y además la pérdida del control de los esfínteres de Wuan, que volvió a temer por su vida. El pequeño norcoreano entró en parada cardiorrespiratoria y nadie tuvo la suficiente capacidad de reacción para poner en marcha el mecanismo de alarma, o para interesarse por él. La confusión volvió a aparecer y, mientras Wuan dejaba de vivir, los demás corríamos en círculo por la habitación: Graham detrás de mí, ahora sí erecto, contagiado por mi excitación igual que se contagian los bostezos, Raimundo besando apasionadamente a una confusa Sharon, quien no tardó en dejarse llevar por el efecto afrodisíaco que su traje de baño causó en él, lanzándose en plancha sobre Rai y uniéndose en amoroso –y escandaloso- vínculo. Ian, el segundo celador, fue quien accionó el timbre de emergencia y quien socorrió al ex ministro, eso sí, sin poder controlar su tensa erección.

Wuan sobrevivió una vez más y prohibieron toda visita por bienintencionada que demostrara ser.