domingo, septiembre 09, 2007

17. Como mirarse en un espejo.

Sharon no tardó en aparecer. Su rehabilitación no incluía el cuidado del aspecto físico, e hizo acto de presencia completamente despeinada, con una camiseta de superman y con unos ajados calzoncillos de su amante. Por un momento temí lo peor e imaginé que Raimundo llevaría las bragas de Sharon. Asomé la cabeza por debajo de la mesa y comprobé que me equivocaba. No llevaba puestas las bragas de Sharon, no llevaba nada puesto. El miembro viril apoyaba su cabeza exhausta sobre la silla, aunque había tenido la deferencia de colocar una servilleta sobre ésta para evitar la vergonzosa condensación, amén de otras humedades, que produciría su entrepierna en contacto con la silla. De repente, como si mi indiscreción le hubiera despertado, comenzó a desperezarse y a erguirse cruzando nuestras miradas y desafiándome en una demostración de fuerza que me ofendió. Incluso levantó otra servilleta que reposaba sobre uno de los muslos de Rai hasta encontrar la parte de debajo de la mesa y atraparla entre esta y su ariete. Sharon estaba besando dulcemente a Raimundo y de ahí su excitación. Además no llevaba sostén y sus pechos, que con el agitado latir de su corazón ante la tierna caricia de los labios de Rai, saltaban rítmicamente debajo de su ajustada camiseta creando lógica inquietud en los pocos que allí estaban. Yo estaba ocupado con mi inquietud y no sufrí los efectos de los pechos de Sharon, que Dios los mantenga firmes por mucho tiempo.

- “Murray, qué haces”, saludó Sharon.
- “¿Eh? Ya. Nada. Disfrutar nuevamente de los efectos eróticos que causa tu indumentaria y el roce de tu piel con mi amigo Raimundo”.
- “¿Volvéis a ser amigos?”.
- “Sólo teníamos que hablar un momento para volver a lo de antes”, dijo Raimundo tratando con verdadero esfuerzo de rescatar la servilleta del yugo de su altivez genital.
- “Veo que no te ha afectado mucho mi relación con Raimundo, Murray.”
- “Lo que es tu relación con él, no me afecta, me afectaron vuestros gemidos y los gemidos de la cama y los de las paredes, que no sé cómo conseguían seguir en pie. De todas formas estoy ahora mismo aquí porque no podía dejar de lado mi amistad con Rai. En realidad me alegro de que estés tan bien con él, de algún modo me siento más seguro con la situación como está ahora mismo.”
- “Me refería a los gemidos que dabais tu muchacha o muchacho y tú, y tu cama, y el mobiliario de tu habitación y las paredes de ésta.”
- “No sé de qué estás hablando.”
- “Venga Murray, que llevas dos noches que no hay quién se concentre.” Interpeló Raimundo.
- “Sabemos que estás teniendo una aventura con alguien de aquí dentro. Y Gladys no atiende al timbre del control mientras se produce ese escándalo. Lo que nos tiene en ascuas es lo que pueda pasar con Graham, porque quizás deje de pasarse por tu cuarto a partir de ahora, como hace cada noche. Como hizo anoche.” Esto último lo dijo recalcando cada palabra, como si supiera todo lo que pasó.

domingo, septiembre 02, 2007

16. Cambio amigo en buen estado por hilo musical

Henry cantaba en la ducha como lo podía hacer cualquier persona sonada o cuerda, y tampoco lo hacía mal, incluso los temas que cantaba eran bastantes aceptables y todos dotados de una carga extra de energía, ideal para saltar de la cama sin esfuerzo, y a pesar de estar toda la noche malgastando calcio sobre Gladys y de no haber tomado ninguna medicación de las habituales, me levante sin miramientos, me duché deprisa y hasta hice mi propia cama con el único fin de poder seguir escuchando las poderosas melodías que tarareaba Henry en la ducha, y que iban desde el “Good Day Sunshine” de The Beatles, anteriormente mencionado, hasta el “Incomplete” de Bad Religion pasando por el alegre “Sparkey’s Dream” de Teenage Fanclub, “Friday I’m In Love” de The Cure, los viernes, básicamente, o “Happy When It Rains” de The Jesus And Mary Chain los días meteorológicamente tristes.
Henry había conseguido sin quererlo que me olvidara del vacío que sentía por haber perdido a un amigo justo en la pared contigua. Me estaba dando cuenta que desde que Raimundo disfrazó a Sharon de stripper y se benefició de la debilidad de su carne apenas habíamos cruzado palabra. Me cambiaron a un amigo por un hilo musical, no está mal, pero Raimundo había significado mucho para mí desde que entré aquí y, aunque pueda sonar a guasa, era quien daba cordura a mi vida en momentos delicados y fuimos inseparables hasta que ingresaron a Sharon, o hasta que ingresó él en Sharon, para ser más correcto.
Aquella mañana me lo encontré desayunando y me senté en la misma mesa, delante de él. Era la primera vez que le veía solo desde su ingreso en mi ex.

- ¿Te importa que me siente aquí?
- Nunca te ha importado, Murray.
- ¿Qué es esa basura que comes?
- Lo mismo que vas a desayunar tú, porque no hay otra cosa.
- Oye, me alegra que podamos hablar a solas. ¿Va a venir Sharon ahora mismo?
- Sí, no creo que tarde, pero vamos, supongo que de lo que quieres hablar tiene que ver con ella, o con los tres, así que, si viene, que se siente aquí, que le va a interesar el tema.
- Bueno, sí. O no. Lo vuestro lo tengo asumido y, aunque me sigue produciendo cierta desazón escucharos cada noche follar como animales, me alegro de que mi ex novia esté rehabilitada de su psicopatía y de que haya rehecho su vida con mi mejor amigo. Y es de eso de lo quería hablar. Así que, si viene Sharon puede perfectamente unirse a la conversación, si es que tiene algo que aportar.
- Sinceramente te he visto muy poco los últimos días y cuando te he visto no eras el mismo, desde luego. Pero, tampoco podía creer que siguieses enamorado de ella. Por Dios, Murray, que te ha intentado matar mil veces, que no llega a ser por el pobre Wuan y estarías muerto.
- Joder, le quemé el piso y está aquí dentro por mi culpa.
- La diferencia es que aquello fue un accidente y esto dos atentados. ¿Encuentras la diferencia? Realmente, es ahora cuando pienso que no estás bien de la cabeza. Al principio me parecía injusto que te hubieran traído aquí, pero creo que este es tu sitio tanto como el nuestro. Y Sharon simplemente perdió la cabeza, como podía haberse estado lamentando del asunto del piso hasta conseguir rehacer su vida, pero si está aquí es porque está tan loca como los demás, y ha llegado ahora por estos incidentes, como podía haber perdido la cordura tarde o temprano por cualquier razón.
- Joder, qué fácil se ve así.
- Así lo veo yo, y todos los internos con una mínima capacidad de razonar.
- ¿Me estás diciendo que no tengo esa capacidad?
- Te digo que desde tu punto de vista es difícil ver las cosas con esta objetividad, por estar tan implicado, pero es verdad que has estado un poco bloqueado con el asunto.
- Siento haberte dejado de lado últimamente.
- Siento haberte dejado de lado últimamente, Murray. No tenemos porque alejarnos el uno del otro, y esto nos viene bien a los tres: Sharon está más centrada, en una sola cosa, pero centrada está; tú puedes estar más tranquilo, menos amenazado, porque no voy a consentir que Sharon se descentre y vuelva a las andadas; y yo he encontrado la forma de controlar un poco mi telequinesia y me lo estoy pasando de lujo con la moza. Y me consta que ella también conmigo.
- ¿Amigos?
- Claro.
- ¿Te vas a comer esa inmundicia?
- Sí

martes, agosto 14, 2007

15. Farmacofilia.

Graham había traído a mi habitación una camilla, que dejó aparcada fuera, en el pasillo, y nos vino de perlas para trasladarle al almacén de farmacia. Nunca me había sentido tan emocionado al participar en un asunto ligeramente turbio como era el de mover a Graham y esconderlo por ahí, y cuando llevábamos recorrido la mitad del pasillo nos dimos cuenta de que esa emoción la causaba Henry tarareando algo intenso e intrigante, dando dramatismo a la escena. Con la pelea se había despertado y había creído oportuno acompañarnos. Aceptamos con el vello de punta pero le amenazamos con que lo próximo que fuera a tararear sería el sonido de cuchilladas abriéndose paso por su vientre. Pronto esa emoción se convirtió en deseo y en presencia de Graham, pero no en la de Henry, que volvió a su habitación en cuanto notó el calor que se desprendía de los dos enamorados –esta vez mostró bastante cordura- hicimos el amor en el almacén hasta que Gladys calculó que remitiría el efecto del sedante.
Con temblor en las piernas volví a mi habitación y conseguí dormir del tirón, mientras Gladys sacudía el rostro de Graham tratando de despertarle. No volví a verles en toda la noche. Me acosté con la seguridad de que Graham no volvería a molestarme al menos hasta la noche siguiente si no le abrían un expediente hoy mismo, cosa que dudo, porque la única que puede hacerlo es Gladys, y tiene mucho que ocultar igualmente.
Una hora antes de lo que suele ser habitual me desperté entre sobresaltado y extrañado: yo sí podía denunciar a Graham... No. Temo que me comporté como un imbécil y un crío cuando casi nos descubre mi enfermera favorita, porque inconscientemente nos separamos en el momento en que entraba ésta y, aunque había signos evidentes de lucha, no pudo ver nada, sabiendo como sabía perfectamente lo que pasaba con el súper celador. Oriné con gran estrépito y volví a la cama para apurar la hora escasa que me quedaba.
A la media hora me despertó el “Good Day Sunshine” de los Beatles con que amenizó Henry nada más levantarse. Ojalá pudiera hacer como con un despertador, golpearle para que suene dentro un rato.

domingo, julio 29, 2007

14. Graham peso muerto

Gladys es una persona muy dulce, de maneras suaves, rara vez levanta la voz ni pierde los nervios y en situaciones tensas como esta te lleva sin que te des cuenta hacia su terreno, lo que revienta al pobre Graham, porque le cuesta muchísimo pasar de un estado de agitación a una calma total, sobretodo porque no sabe desenvolverse bien en esas situaciones.
-Te acaba de “colocar” la jefa, Graham.
-No es ninguna jefa, rey.
-¿Qué me has llamado?
-Que no es ninguna jefa, es una simple enfermera.
-Te digo que qué me has llamado, que cómo te has dirigido a mí antes.
-No te entiendo.
-Oye ¿en qué habitación estás tú?
-¡Me cago en dios!

Como decía, Graham tiene un pronto muy peligroso a pesar de ser hipersensible y llorar a la mínima. No sé, debe ser cómo se queda si no recibe su extravagante y a todas luces ilegítima dosis de sexo, porque nunca había tenido conscientemente ningún problema con él. Está como una cabra. Los médicos de este centro se pasan las horas estudiando la conducta de los internos sin llegar a ninguna conclusión que no sea “está loco” y tienen en la plantilla de los trabajadores al peor y con el que seguro que podrían aprender muchas cosas de cara a evolucionar satisfactoriamente en su carrera profesional. La conversación la tuvimos que interrumpir por falta de entendimiento. Graham me llamó “rey”, licencia que no le permito ni a mi novio, en caso de que llegara a tenerlo algún día, le pedí explicaciones y él no se dio por aludido e insistía en lo de que Gladys no es su jefa ni de nadie, y yo, sutilmente, le pregunté si estaba tan loco como los demás y se echó sobre mí volviendo al forcejeo de antes donde lo habíamos dejado. Cuando empezaba a tener miedo –es enorme y pesa mucho- faltándome el aire debajo de él apareció otra vez Gladys con una jeringa cargada. Graham retiró sus ciento veinte kilos de peso de mis costillas confiado de que por fin iba a tenerme a su entera disposición –por fin nos pusimos de acuerdo en algo, yo también lo pensé- y Gladys le clavó la jeringa en el muslo. De la mezcla del miedo porque la inyección me fuera destinada y la alegría por sentirme libre al ver que era para Graham me oriné encima.
-¡Ay, pobre! Exclamó Gladys enternecida.
-¿Qué pobre? Estaba a punto de aplastarme, por no hablar del revolcón que me esperaba en cuanto me redujese.
-¡Qué no, tonto! Si es por ti, que te has meado encima. A pesar del olor me abrazó como a un niño y continuó:
-Venga, cógele de las piernas y ayúdame a llevarle al almacén de farmacia.
-No creo que ese sea un buen sitio para dejarle. ¿No hay habitaciones vacías en esta planta? Merece estar encerrado más que muchos de nosotros.
-Tiempo al tiempo, sé perfectamente lo que te hace cada noche en esta habitación y sólo necesito encontrarle en plena infracción.
-¿Infracción? Y qué le puede caer, ¿una multita? Joder, ¡lleva abusando de mí desde el coma! Ese, por lo menos, debería quedarse interno y atado. Debió perder la cabeza entonces, doblando turno durante tanto tiempo y con un comatoso como única compañía.

martes, julio 24, 2007

13. Graham me dice cosas bonitas al oído

Esta noche no he conseguido dormir una hora seguida. Ya me acosté algo agitado ante la posibilidad de que Gladys acudiera a la cita con la lujuria en mi habitación y a medida que avanzaba la noche y ésta no aparecía mi agitación iba en aumento. Además esa noche hice lo posible por no tomar la medicación y ante la duda no tomé ninguna, ni la pastilla de después de cenar, ni la inyección de la enfermera, que esta vez fue la del turno de tarde, librándome de ella asegurando que sería el turno de noche quien me la pondría, como siempre, y tampoco cené por temor a que, como no he dejado de oír desde que llegué, alguna medicina fuera disuelta en ésta. Y aunque hubiera conseguido dormir algo, a un lado de mi cuarto tenía las brutales embestidas de Raimundo sobre la complaciente Sharon contra la pared donde apoyaba mi cama y el pobre Henry que para colmo tarareaba entre sueños. Al menos me concentré en la musiquilla del otro lado que no estaba nada mal. Para estar loco, Henry era un grandísimo compositor y pronto empecé a sentir envidia, imaginando cómo sería un sueño con banda sonora. Concentrado en esto último y habiendo liberado algo de tensión con la música gutural conseguí dormir, o descansar los ojos, al menos unos minutos, hasta que me despertó el ruido del pomo de la puerta al girar. Me dio un vuelco el corazón porque estaba convencido de que era Gladys, con su pijama blanco, que es el uniforme de trabajo, su escote amplio con ayuda de la cantidad de bolígrafos, rotuladores, tijeras y pinzas que abultan su bolsillo superior y sus pantalones ceñidos cubriendo a duras penas esos muslos turgentes, brillantes... Rápidamente di muestras de mi hipersensibilidad tensando mi pantalón del pijama por acción de una descarada erección.
Quien entró con ese sigilo en la habitación fue Graham, confirmando todos mis temores de haber estado siendo violado cada noche, menos la anterior, supongo, por pasarla con Gladys. Al verme pareció sorprenderse, por encontrarme despierto, desnudo sobre las sábanas y tan excitado como estaba. Si no hubiera sido por esta última razón se hubiera largado corriendo de allí, alegando seguramente haberse equivocado, pero mi erección le hizo dudar en un principio y decidirse a atacarme después.
-¡Lo sabía!, Grité forcejeando para desasirme de sus enormes manos.
-Qué sabías, Murray, no sé de qué me hablas. Yo te gusto. Me lo demostraste en la UCI.
-¡Estaba en coma, tarado!, Ahora había conseguido reducirle no sin esfuerzo y justo en ese momento entró sobresaltada Gladys, con lo que sus carnes se mostraron excitantemente temblorosas bajo su uniforme blanco, gritando:
-¡Qué está pasando aquí!
En el momento de la aparición de Gladys a Graham y a mí nos había dado tiempo de dejar de pelearnos y ya estábamos sentados en la cama, en actitud de estar manteniendo una amistosa conversación, pero totalmente despeinados, con los rostros colorados por el desgaste durante el forcejeo, mi pijama y su uniforme retorcidos y un calor sofocante dentro de la habitación.
-No, nada.
-Estabais gritando, y se oía palabra por palabra, y conozco perfectamente lo que lleva pasando cada noche en esta habitación desde hace unos meses, dijo mirando fijamente a Graham. En ese momento no tuve claro quién de los dos era el loco.

domingo, julio 15, 2007

12. Henry Mancini, el gran compositor gutural

Recuperada la confianza en mi erotismo y teniendo en cuenta que la competición del vídeo juego había terminado para mí, pasamos el resto de la mañana retozando por cada rincón del devastado dormitorio sin tener ningún contacto con nadie, ni internos, ni personal sanitario, bueno, salvo la lógica y excitante excepción de Gladys, que me sorprendió con su inusual, para su edad (47 años recién cumplidos), destreza amatoria. Sí hubo algo que nos llamó la atención de vez en cuando: una musiquilla que venía de la habitación de al lado, la opuesta a la de Raimundo, que nos inquietó porque daba la impresión de estar compuesta o pensada para dar dramatismo al tremendo festín sexual que estábamos teniendo Gladys y yo, como si fuese una banda sonora y lo acontecido en mi cuarto la escena de una película. No podría afirmar que fuese una grabación, era más bien un tarareo, un sonido gutural, como si unos labios estuvieran pegados a la pared contigua emitiendo el ruido. Lo que en principio nos causó cierta inquietud al final contribuyó a que estuviéramos todo la mañana convertidos en uno.

Gladys se fue a su casa poco antes de la hora de comer. Necesitaba descansar para entrar por la noche en su turno habitual después de librar la jornada anterior. Yo no quise hacer ningún comentario al respecto de lo que podría ocurrir esta noche, si la enfermera se limitaría a cumplir con su trabajo sin asomarse ni un momento a mi estancia, si lo haría al terminar el turno para pasar otra mañana en mi cama enroscando los rizos del pelo de mi pecho entre sus dedos y haciendo el amor como hacía mucho que ninguno de los dos lo hacía. Lo que tenía claro es que la medicación no me la perdonaría ni loca y que pasaría la noche inconsciente, solo o acompañado, por Gladys o quien fuera (¿¡Graham!?).

Llegando al comedor me estremeció el alboroto que había formado. Me hizo recordar el recibimiento que me dedicaron los internos, en especial Sharon con su cuchillo de cocina, tras la recuperación de las heridas causadas por la bomba. Habían hecho corro alrededor de alguien que les hacía reír a carcajadas.
- ¡Por fin un loco de verdad!, Gritó Procopio con la boca llena dando una terrible palmada en la espalda del nuevo.
- Pero, di algo, soso, di tu nombre, ¡algo!
- ¡Qué gracioso!
Realmente Sharon había encontrado equilibrio al lado de Raimundo y no pude evitar felicitarla, lo que hizo sentirme realmente bien, a pesar del miedo que aun le tenía, si bien, me aseguré antes de acercarme a ella de que no había ningún elemento punzante, cortante o simplemente lesivo a su alcance.
- ¿Por qué felicidades?
- Porque me alegro de verte tan bien como antes.
- Estoy mejor que antes, Murray, dijo, notando en sus ojos un brillo de misericordia que me derrumbó en sus brazos.
En ese emotivo instante alguien empezó a tararear una música muy sensiblera, como de comedia romántica de verano en su momento más álgido, haciendo romper a reír a todos los que estaban en el comedor. Aquel que no abría la boca para nada era el nuevo residente, el que ahora ocupaba la habitación a la izquierda de la mía, seguramente el que compuso la banda sonora original de mi encuentro sexual con Gladys.
Como no era capaz ni de decir su nombre, ni siquiera escribirlo, decidimos llamarle Henry Mancini, porque seguramente fuese el mejor compositor de bandas sonoras vivo, como lo fue Mancini en vida. Aunque el loco solo fuese compositor gutural.

domingo, julio 08, 2007

11. Gladys y la máquina imparable de sexo

No preguntéis cómo, pero he despertado junto a Gladys en mi cama, o lo que queda de ella, porque parece como si la bomba que casi me mata hubiera estallado en mi cuarto esta misma noche. No recuerdo absolutamente nada de lo que pasó. Supongo que hicimos el amor, o al menos echamos un polvo, porque al despertar estaba completamente desnudo y abrazado dulcemente a Gladys. Por fortuna no tengo la misma sensación que al despertar del coma, con Graham al pie de mi cama “velando mis sueños”. Procuré no moverme la primera media hora para no despertarla, tiempo que empleé en intentar recordar lo ocurrido. Tarea imposible, pues la medicación que me dan por la noche hace que no recuerde nada (me estremezco de miedo al pensarlo fríamente), como bien sabe Gladys, que es quien muchas veces me las proporciona. Si no estuviera atravesando una crisis amorosa la denunciaría por violación... Bueno, cuando estuve en coma no tenía crisis de ningún tipo y no denuncié a Graham, aun teniendo pruebas para ello. Elimino esta preocupación de mi cabeza con una facilidad pasmosa y me concentro en otra nueva: ¿disfruté con mi nueva, flamante y talluda amante? Como se aproveche de mí cada noche no lo voy a saber en la vida, así que empiezo a zafarme de sus brazos rollizos y me escabullo bajo las sábanas (percibo que lo que nos cubre no es la sábana, sino una bandera enorme del Betis que clavé al techo, regalo de mi tía Paqui hace años.) Empiezo por los pies con un masaje que me excita inusualmente. Ahí descubrí el secreto de obtener placer dándolo. Me gustó tanto que no pude dedicar tiempo a acariciar las demás partes del cuerpo de Gladys pues esta me arrancó de mi ensimismamiento con una agitación que me dejó al borde mismo del clímax, tan al borde que alcancé el orgasmo apenas iniciado el coito.

- OH, ¡NO!
- Ya está, mi amor, ya está, ya ha pasado todo.
- Lo siento.
- No te preocupes mi vida, me siento como si lo hubiese alcanzado contigo de la mano.
- Te juro que nunca antes me había pasado.
- Sí, anoche.
- Pero, ¿cada vez?
- Cada vez, qué.
- Cada polvo.
- Qué coño, sólo hubo una vez.
- ¿Y este desorden?
- Curiosamente la eyaculación no hizo que liberaras tensión, el haberlo hecho de forma precoz...
- ¿No puedes emplear otro término menos científico?
- ... te volvió loco... Vaya, perdona, quería decir que te sacó de tus casillas.
- Vale, vale, lo he entendido.
- Con vosotros es difícil medir las palabras con exactitud. Nadie reconoce estar como está pero luego tenéis reacciones desmedidas a la mínima insinuación. Vosotros sabéis mejor que nadie como estáis, no necesitáis demostrar nada a nadie.
- Ya lo has vuelto a hacer.
- ¿Lo ves?

- Oye, ¿cómo acabamos aquí?
- Vosotros sabréis.
- ¡No, coño! Tú y yo, en esta cama, en esta situación.
- Uf, a ver cómo te lo explico. Estoy al tanto, lógicamente, de todo lo que ha pasado desde que ingresaste, y, sinceramente, siempre me has parecido un queso, pero por muy buenos que estéis yo no me arriesgo a intimar con ninguno. Pero tu caso es especial, porque siempre me has parecido diferente. Está claro que si estás aquí dentro es porque supones una amenaza contra la sociedad e independientemente de lo justa o injusta que esta sea, estás al margen de ella. Y desde el atentado, me enterneció tu actitud hacia los acontecimientos, hacia tu ex novia...
- Sharon.
- ...eso, Sharon. No era normal tu punto de vista, tu inocencia. Para que me entiendas y no te enfades, no es muy normal esa actitud en un desequilibrado mental, al menos en mis veintitrés años de experiencia no me había encontrado con alguien como tú. Te cogí cariño. Pero sobretodo fue al encontrarte dentro de mi taquilla, inconsciente, con el torso desnudo y completamente depilado por el fuego de la explosión, tu ropa interior hecha jirones... Durante las curas casi no podía contener mi recuperada feminidad y de no ser porque estabas constantemente custodiado te hubiera violado cada noche.
(...)
- ¡Madre mía, qué sensibilidad, qué poderío, qué descaro! Pensé que no te atraía lo más mínimo.
- Son esos ojos con los que me miras, me distraen de todo lo demás.
- Si no te desvanecieras con esa celeridad estaría muerta de miedo ahora mismo.
- Hay que terminar esto de una vez.

Y esta vez pude consumar el acto. Y me encontré tan seguro, tan confiado en mí mismo que incluso me recreé en el baile asegurándome en satisfacerla como merecía, más por sacudir la suciedad acumulada sobre mi maltrecha autoestima que por dejar a Gladys cubierta de amor y unida a mi hombría para siempre, puesto que no la conocía y no me estaba jugando nada, era ella quien se encaprichó conmigo y mi hastío vital me condujo hasta sus suaves y tiernas carnes.

domingo, julio 01, 2007

10. El sexo con drogas legales y un toque de magia.

Anoche no pegué ojo con los gemidos y risitas de Sharon y Raimundo filtrándose por el tabique que separa mi habitación de la de Rai. Yo pensé que el acolchado de las paredes era un buen aislante acústico, pero la verdad es que no, era como si te invitan a participar en un trío y al final te dejan de lado y te limitas a mirar. Por lo visto toda la planta estaba al tanto de la fiesta por lo que supongo que los gritos de placer fueron especialmente sonoros, hasta el punto de que muchos internos me miraban por la mañana con una sonrisa de complicidad,

-“vaya nochecita, ¿eh?”
-“vaya triunfo bilateral, Murray”;
Y yo:
-“que no fui yo, fue Raimundo”;
Y contestaban al unísono:
-“con quién, ¿con tu novia homicida?”, Y rompían a reír.

Supongo que mis ojeras no denotaban falta de sueño y sí algún tipo de tristeza por el desengaño amoroso, diferencia que los locos notaron y utilizaron para empezar su día con alegría a mi costa. Lo que más me tocó las narices fueron las risitas de Sharon. Imagino a Raimundo cambiando el vestuario de Sharon a golpe de parpadeo, convirtiéndola en el personaje que a ella se le antojase. O a él. Estoy como para planear una huida. Aunque eso sería lo más lógico si mi nula capacidad de reacción y mi depresión lo permitiese, pero me invade un sentimiento horrible, una especie de culpa ilógica por haber metido la pata (nunca mejor dicho, en un brasero) y haber incendiado la casa de una persona tan desequilibrada emocionalmente como yo, como se vio después, y compartir mi vida con una serie de personas con unos problemas cuya onda expansiva no tenía límites.
Para colmo, esa mañana ingresó un interno nuevo en nuestra planta. Era una persona muy tímida. Se limitó el primer día a observar a un par de pasos de la puerta de su cuarto lo que ocurría en su nuevo “barrio”, vestido con una bata casi transparente, abierta por detrás y apoyado en un pie de suero con ruedas. Era joven, de unos veinte años, era negro y precioso, a pesar de sus ojos de asustado, y no tardé en captar la mirada traviesa de Gladys y el celo con que atendía al nuevo, pero, eso sí, cada muestra de atención hacia él iba acompañado por una mirada de lujuria hacia mí. En ese momento me di cuenta de que siempre me he enamorado, o he sentido cierto interés por la persona que primero se enamoraba o sentía cierto interés por mí, siempre era alguien primero, antes que yo, nunca me he anticipado a nada. Es decir, que mi paso por la vida, o, mejor dicho, el paso de la vida por mí ha pasado siempre desapercibido, era la vida quien llamaba mi atención, quien me despertaba ante algún hecho notable, como, por ejemplo, el interés de alguien por mí. Nunca hice nada para enamorar a alguien, todo me vino hecho. Aunque pueda sonar bien, no hay nada de heroico en esto, no es que me haya pasado la vida apartando mujeres de mis pies, precisamente.

sábado, junio 23, 2007

9. Sharon rompe la monotonía, una vez más.

Los últimos dos meses han transcurrido sin apenas detalles destacables, al menos en lo que a mi vida se refiere, porque la vida de los demás sigue su ritmo, más rápido o más lento. El caso es que la mía se ha detenido en un bucle de monotonía y tristeza y por poco que avancen la de los demás, da la impresión de que progresan a velocidad de vértigo.

Sé que debería estar planeando mi huida pero la pereza, la indisciplina y la apatía que me invaden me han arrastrado del dormitorio al comedor, del comedor a la sala de TV y de ésta al dormitorio de nuevo. Ni siquiera las partidas de fútbol en la PS me han liberado del hastío porque mis actuaciones han sido tan mediocres que los demás internos participantes han determinado expulsarme del torneo para que otro más interesado tomara los mandos del equipo con el que participaba, el Betis, abocado al descenso desde que empezamos la competición. Os puede parecer curioso el método de juego: si no rindes, te sustituyen por otro. Incluso yo podía participar en estas decisiones tan polémicas contra otros participantes. Esta medida favorecía siempre al espectáculo y la competitividad. Así pues, hasta el año que viene no podría volver a jugar, a no ser que algún jugador hundiera a su equipo y la competición decidiera sustituirle, y, además, decidiera que yo le sustituyera, cosa poco probable debido a mi pobre currículo.

Por otro lado, Sharon parece que se ha integrado de maravilla en el centro y da la impresión de que es la loca mejor rehabilitada, porque los demás estamos igual que cuando entramos.
Desde que ocurrió el incendio en su piso tuve claro que no íbamos a volver nunca, con razón, pero verla regresar hacia mí, aunque fuera para asesinarme, hizo que me sintiera absurdamente halagado. Fue mi última novia y aquí dentro apenas hay posibilidad de tener un encuentro sexual, con las excepciones de Gladys, la enfermera del turno de noche, que no me quita ojo desde que me encontró en su taquilla después de salir volando de la sala de TV tras la explosión, y el bueno de Graham, que temo que ya disfrutó de mi estado comatoso. Resumiendo mi vida sexual, Sharon me sube la lívido justo antes de sufrir el atentado gracias al cual una enfermera cincuentona se encapricha conmigo y un mega celador hipersensible me posee indefenso durante unas vacaciones en el subconsciente. Pero lo peor que me podía pasar era lo que ocurrió durante una visita al maltrecho Wuan junto a mi amigo Raimundo. Al llegar a la habitación, custodiados por Graham y su nuevo y no menos gigantesco compañero, se encontraba el ex ministro norcoreano debatiéndose entre la depresión y el miedo por recibir la siempre temida visita de Sharon, completamente arrepentida de sus actos, contra Wuan, -de lo mío no hay noticias- que sujetaba la trémula mano del oriental pidiéndole sinceras disculpas. Una fría punzada me atravesó de arriba abajo al encontrarla allí y no supe asimilar la razón exacta de esa sensación. Por un lado tuve miedo, pues era la tercera vez que nos encontrábamos en el Centro, y en las dos anteriores estuve a punto de morir; por otro lado sentí un hormigueo en el estómago que hacía tiempo que no experimentaba y que me resistí a reconocer como amor o algo parecido, lo que me llevó inconscientemente a dirigir una tierna y brillante mirada a Gladys, a quien empezaba a encontrar atractiva, situada discretamente detrás de mí esperando el término de la visita para realizar las curas pertinentes; y en último lugar percibí el miedo que sentía Wuan, rememorando el afilado y certero navajazo en su costado, una orgía de empatía que me puso de muy mala hostia, pues suficiente tenía con aquellos sentimientos encontrados hacia la famosa periodista como para ahora empezar a sentir el sufrimiento de Wuan como mío propio.
Esto es lo peor que me podía pasar, encontrarme con ella sin saber aun si la amaba o la odiaba. Y lo peor que le podía pasar a Wuan es lo que ocurrió a continuación: Como prueba de sus buenas intenciones, Sharon eligió un vestido sobrio y elegante, pero dotado de un generoso escote, casi tan generoso como el tamaño de sus pechos. Esto no impresionó a Wuan, supongo que el miedo le visitó con un atuendo más provocativo, pero sí hizo mella en Raimundo, que perdió el control de sus dotes extra sensoriales convirtiendo el vestido de Sharon en un extravagante traje de baño que apenas si cubría las oscuras aureolas de sus sorprendidos pechos, lo que nos provocó una erección instantánea a los hombres allí reunidos, con la preocupante excepción de Graham, y además la pérdida del control de los esfínteres de Wuan, que volvió a temer por su vida. El pequeño norcoreano entró en parada cardiorrespiratoria y nadie tuvo la suficiente capacidad de reacción para poner en marcha el mecanismo de alarma, o para interesarse por él. La confusión volvió a aparecer y, mientras Wuan dejaba de vivir, los demás corríamos en círculo por la habitación: Graham detrás de mí, ahora sí erecto, contagiado por mi excitación igual que se contagian los bostezos, Raimundo besando apasionadamente a una confusa Sharon, quien no tardó en dejarse llevar por el efecto afrodisíaco que su traje de baño causó en él, lanzándose en plancha sobre Rai y uniéndose en amoroso –y escandaloso- vínculo. Ian, el segundo celador, fue quien accionó el timbre de emergencia y quien socorrió al ex ministro, eso sí, sin poder controlar su tensa erección.

Wuan sobrevivió una vez más y prohibieron toda visita por bienintencionada que demostrara ser.