domingo, julio 01, 2007

10. El sexo con drogas legales y un toque de magia.

Anoche no pegué ojo con los gemidos y risitas de Sharon y Raimundo filtrándose por el tabique que separa mi habitación de la de Rai. Yo pensé que el acolchado de las paredes era un buen aislante acústico, pero la verdad es que no, era como si te invitan a participar en un trío y al final te dejan de lado y te limitas a mirar. Por lo visto toda la planta estaba al tanto de la fiesta por lo que supongo que los gritos de placer fueron especialmente sonoros, hasta el punto de que muchos internos me miraban por la mañana con una sonrisa de complicidad,

-“vaya nochecita, ¿eh?”
-“vaya triunfo bilateral, Murray”;
Y yo:
-“que no fui yo, fue Raimundo”;
Y contestaban al unísono:
-“con quién, ¿con tu novia homicida?”, Y rompían a reír.

Supongo que mis ojeras no denotaban falta de sueño y sí algún tipo de tristeza por el desengaño amoroso, diferencia que los locos notaron y utilizaron para empezar su día con alegría a mi costa. Lo que más me tocó las narices fueron las risitas de Sharon. Imagino a Raimundo cambiando el vestuario de Sharon a golpe de parpadeo, convirtiéndola en el personaje que a ella se le antojase. O a él. Estoy como para planear una huida. Aunque eso sería lo más lógico si mi nula capacidad de reacción y mi depresión lo permitiese, pero me invade un sentimiento horrible, una especie de culpa ilógica por haber metido la pata (nunca mejor dicho, en un brasero) y haber incendiado la casa de una persona tan desequilibrada emocionalmente como yo, como se vio después, y compartir mi vida con una serie de personas con unos problemas cuya onda expansiva no tenía límites.
Para colmo, esa mañana ingresó un interno nuevo en nuestra planta. Era una persona muy tímida. Se limitó el primer día a observar a un par de pasos de la puerta de su cuarto lo que ocurría en su nuevo “barrio”, vestido con una bata casi transparente, abierta por detrás y apoyado en un pie de suero con ruedas. Era joven, de unos veinte años, era negro y precioso, a pesar de sus ojos de asustado, y no tardé en captar la mirada traviesa de Gladys y el celo con que atendía al nuevo, pero, eso sí, cada muestra de atención hacia él iba acompañado por una mirada de lujuria hacia mí. En ese momento me di cuenta de que siempre me he enamorado, o he sentido cierto interés por la persona que primero se enamoraba o sentía cierto interés por mí, siempre era alguien primero, antes que yo, nunca me he anticipado a nada. Es decir, que mi paso por la vida, o, mejor dicho, el paso de la vida por mí ha pasado siempre desapercibido, era la vida quien llamaba mi atención, quien me despertaba ante algún hecho notable, como, por ejemplo, el interés de alguien por mí. Nunca hice nada para enamorar a alguien, todo me vino hecho. Aunque pueda sonar bien, no hay nada de heroico en esto, no es que me haya pasado la vida apartando mujeres de mis pies, precisamente.

No hay comentarios: