sábado, diciembre 27, 2008

Bruce y Tiffany

La joven suspiró y miró de reojo al austero, ajado y viejo cepillo de dientes con quien le había tocado convivir. No imaginaba que hubiera humanos que descuidaran tanto su higiene dental, o simplemente que fueran tan desordenados como para abandonar su cepillo en el vaso habitual en vez de tirarlo a la basura o utilizarlo para limpiar zapatos. Pero restó importancia al aspecto de su compañero y pensó en el momento de dar el primer cepillado a su dueña, la preciosa joven de dientes perfectos que la eligió en aquella farmacia.
Al viejo cepillo no pareció afectarle la desconfianza de su nueva compañera, y dio un repaso visual a su exclusiva anatomía, cuya estridencia no terminó de entender. Preguntó:
- ¿Para qué sirve esa disposición de las cerdas?
- Para llegar a lugares inaccesibles. Contestó altiva.
- ¿Y la superficie de goma?
- Para no escurrirnos entre los dedos de los humanos.
- ¿Y esos colores tan llamativos?
- Estética. Nada más.
El austero cepillo celebró lo bien aprendida que tenía la lección con una carcajada que interrumpió al entrar en el cuarto de baño Víctor y Silvia, sus dueños. La llamativa cepillo se agitó en el vaso al pensar que Silvia se iba a cepillar los dientes, pero ésta sólo acompañaba a Víctor, que iba riéndose y mostrando unos dientes muy bien cuidados. El veterano cepillo reanudó la charla en cuanto salieron los humanos:
- Primero: no esperes que te utilice hasta después de comer, y, segundo; sí, yo cepillo esos dientes perfectos al menos tres veces al día.
Ella pensó que era imposible que aquel cepillo de gama baja estuviera tan deteriorado por una higiene dental tan exhaustiva como la de su dueño. Recordaba que su fabricante recomendaba cambiar de cepillo cada tres meses. Entonces le preguntó su edad y él contestó orgulloso:
- Ocho meses.
- ¡Así estás! Replicó divertida. Luego se ruborizó y al ver la sorpresa
en las cerdas de su compañero rompió a reír contagiándole. Pero éste cambió el gesto y preguntó:
- ¿De verdad piensas que hace tiempo que no sirvo para nada?
Absorta en sus pensamientos, a la joven no le dio tiempo de saborear el momento en que Silvia la tomó del vaso para cepillarse los dientes. A la desesperada intentó llevar a la práctica sus conocimientos, pero cuando se quiso dar cuenta, Silvia ya la había devuelto al vaso, donde el viejo la esperaba con una mueca de satisfacción. Pero trató de consolarla:
- Mi primera vez fue genial. Quizás porque no la esperaba.
- ¿Cómo que no la esperabas? Se supone que tenemos una función.
- Mira, a mí me fabricaron, me metieron en una caja, me llevaron a un comercio, me pusieron en un expositor y Víctor me compró.
- ¿Y no te formaron?
- Pues no, lo que sé lo he aprendido con la práctica. Y te aseguro que si tu dueño no lo hace como debe, de nada sirve que hayas hecho un master en cepillado dental. Los humanos son los que deberían ser formados.
La joven e inexperta cepillo no entendía nada. De qué le servía su formación. A partir de ese momento se sintió insignificante y pensó en lo corta que le parecía ahora su existencia. Tan solo tres meses. En cambio su compañero, al que empezaba a respetar, aun sabiendo que podía ser sustituido en cualquier momento, rebosaba vitalidad por toda su gastada anatomía.
El viejo cepillo pensó que era buen momento para hacer las presentaciones:
- Oye, llevamos un buen rato conviviendo y no sé tu nombre. Yo soy Bruce.
- Es verdad. Yo me llamo Tiffany. Perdona que haya sido tan estúpida. En la fábrica nos lo ponen todo muy bonito a los de gama alta, pero por lo visto la vida real es otra cosa muy distinta
- Piensa que el fabricante lo único que busca es incrementar sus ingresos, y vendiendo siempre el mismo producto no lo conseguirían. De ahí tu diseño llamativo y ergonómico. Pero en realidad es solo eso, diseño. Al final los dos servimos para lo mismo, y para llegar a lugares inaccesibles, como dijiste antes a propósito de la disposición de tus cerdas, ya existe el hilo dental.
- Antes estaba de acuerdo en que nuestra esperanza de vida fuera de tres meses como mucho, pero…
- No te comas la cabeza, Tiffany. Relájate y disfruta de tu servicio a la higiene humana.

Aquella noche ocurrió algo especial. Silvia y Víctor se cepillaron los dientes después de cenar y se prepararon para una velada romántica. Distribuyeron velas por todo el cuarto de baño, llenaron la bañera de agua y sales perfumadas y pusieron una música sensual y relajante. Bruce y Tiffany se deslizaron por la superficie curvada del vaso hasta encontrarse, y unidos por la humedad de sus cuerpos se contagiaron por la atmósfera creada. En ese momento Tiffany supo cómo afrontar su corta existencia y excitada por el efecto refrescante de la pasta de dientes bendijo la suerte de haber ido a parar a aquel vaso junto a ese viejo cepillo de dientes.

jueves, diciembre 25, 2008

Cupido

“En Inglaterra el pueblo les atribuye a los elfos las flechitas de sílex, que la ansiedad de los antropólogos prefiere adjudicar al hombre de las cavernas, ente que muy pocas personas han visto: cosa que no sucede con los elfos, que hasta los borrachos conocen por haber frecuentado”

Jorge Luis Borges




El blanco impoluto del vestido contrastaba con mi piel oscura y rugosa, los detalles dorados hacían ofensiva mi fealdad y a pesar de ir armado con un arco y una flecha de sílex no pude defenderme de la explosión de risa en que se convirtió el interior del roble cuando entré en la fiesta.
- ¡Parece un gnomo albino!, Acertó a decir alguien prolongando el cachondeo un rato más.
La única que no participó en la mofa fue Siuxi. También iba completamente de blanco, con un vestido de gasa, vaporoso y hecho jirones. Es casi más negra que yo y el contraste era especialmente siniestro. Cuando la gente se empezó a olvidar de mi aspecto, Siuxi tomó dos vasos de brebaje, me alcanzó uno y le dije:
- ¿Esperabas turno para reírte de mí? Gracias de antemano por hacerlo discretamente.
- Me gusta tu disfraz, ¿sabes de qué vas vestido?
- ¿De elfo inglés?, dije nada convencido.
- Es una versión élfica de un dios humano, una especie de dios del amor.
- Eres rara de cojones, Siuxi.
- Vas disfrazado de Cupido, dios del amor en la mitología romana, creador de amores y pasiones entre los humanos. Los grabados que hay en la corteza de algunos árboles, esa especie de hoja de nandumbu atravesada por una flecha, tiene algo que ver con todo esto: La hoja representa al corazón de los humanos y la flecha, atravesándolo, el enamoramiento.
- Das miedo, tanta mitología dentro de la mitología me pone los pelos de punta. Continúa.
Fuimos a por otro trago y salimos del roble. Su sabiduría, su amabilidad y mi poco aguante con el alcohol me llevó en volandas tras ella, cuyo atractivo empezaba a parecerme cada vez más evidente: el vello de sus pies apartaba las hojas, sin dejar que rozaran su piel, con una gracia irresistible. No conseguimos alejarnos mucho porque cada poco volvíamos a por otro vaso de brebaje.
Su charla sobre mitología humana se mezclaba en mi cerebro con unas ganas locas de poseerla, pero mi primer acercamiento se vio frustrado porque sin darme cuenta llevaba la flechita del disfraz clavada en el trasero. Ahora Siuxi no tuvo reparos en reírse y tentado estuve de abalanzarme sobre ella cuando se dejó caer panza arriba debilitada por la gracia que le hacía la situación.
De repente un ruido sordo cortó su risa (por fin) y un rostro gigantesco asomó entre los árboles. Después, una mano no menos abominable intentó apresarnos. Su aspecto era parecido al nuestro aunque con menos vello visible y rasgos menos afilados. Lo más parecido a nosotros era su aliento. Tomé a Siuxi del brazo y corrimos a escondernos. Ella quedó tan fascinada con la aparición que casi tuve que llevarla a rastras. Detrás de un árbol vimos cómo el ser gigantesco resoplaba, se desplomaba en el suelo y empezaba a roncar.
A salvo en el roble, mezclados en el alboroto de la fiesta, nos servimos otro vaso de brebaje. Al ir a sentarme y sentir el pinchazo de la flecha en mis posaderas Siuxi despertó del éxtasis reanudando su risa y yo me concentré en la idea de seducirla. Ya no volvimos a hablar del asunto del gigante.

martes, diciembre 16, 2008

Santa Claus revisando albaranes

Queridos Reyes Magos:

No recuerdo la última vez que os escribí una carta, ni si hubo alguna antes si quiera, pero este año necesito hacerlo. Tenéis que saber que me mola más lo del amigo invisible, que es más económico, más adulto y más creíble. Por un lado me da igual dejaros tirados, pero tampoco me alegro. La sensación es la misma que cuando pierde el Madrid: primero me alegro, me hace gracia, pero luego me da palo por mis amigos madridistas. La verdad es que no perdono haberme enterado a través de mis padres; no soporto que no tuvierais el valor de decírmelo vosotros mismos, Sus Orientales Majestades. También es verdad que mis padres tuvieron poca delicadeza, les pasasteis un marrón muy gordo. Si al menos hubierais estado cuando nos lo dijeron. Fue en Las Palmas. Nos compraron un cochecito a pilas que cambiaba de dirección al dar una palmada y dijeron: "Hala, ya está, los reyes son los padres". Mi hermano y yo miramos alternativamente al juguete y a ellos durante unos segundos y nos pusimos a jugar sin darle más importancia. Pero que sepáis que los 19 años es una edad muy difícil para recibir información sin un mínimo de tacto. ¿Qué os costaba supervisar la operación? Obviamente lo del Ratoncito Pérez y Santa Claus dejó de existir en ese mismo instante.

Pero no quiero que el tono de esta carta sea tan amargo, al menos voy a sacudir también a Santa Claus. Cuando éramos pequeños jugábamos a pedirnos los anuncios de la tele. Una vez, después de unos cuantos cortes publicitarios temí que Santa Claus me leyese el cerebro. Cuando me tocaba elegir un anuncio y de repente era el de un perfume de mujer, me acojonaba que Santa recibiese la información y me trajese el perfume. Me pasaba las noches en vela. Me obsesioné tanto que la mañana del 25 de diciembre, cuando descubrí tras el envoltorio un Airgamboy, la gasolinera de Playmobil o un balón, me desilusioné muchísimo: Me había hecho a la idea de recibir el perfume de mujer. Por lo tanto mi experiencia con Papá Noel fue un desastre. Y ahora me hace gracia cuando hacen películas sobre él y aparece como una celebridad, como alguien importante. Vamos a ver, ¿por qué le ponen siempre como si fuera el jefe de algo, como un explotador de elfos? Esas criaturitas curran como enanos (elfos) en un almacén de un polígono industrial de Laponia, que tiene que hacer un frío que te cagas allí dentro, es verdad, y lo mismo Santa viaja porque tiene más antigüedad, no lo se, pero de ahí a creer que es el jefe... ¿De verdad pensáis que ese gordo es el mandamás, que tiene la oficina en la parte de arriba de la nave? Yo no lo creo. ¡ES UN PUTO REPARTIDOR! Y si lo es ¿quién archiva los albaranes allí arriba? ¿Quién gestiona las entregas? ¿Dios? ¿A qué edad se entera uno de que Dios son los padres?