lunes, junio 25, 2012

Ese alguien

El cañón exhala un humo que me ofende, como el del cigarro de un mafioso o el de esas mujeres fatales que no soporto. Alguien silba una vieja canción infantil. Detrás del arma asoma ese alguien, que me mira con una mezcla de extrañeza y curiosidad primero, como intentando descifrar algo, y de sorpresa después. Luego me pasa un pañuelo por la cara que cuando retira está empapado en sangre, y examina el lugar de donde emana, y sus ojos se iluminan y se llenan de una emoción nada contagiosa. Me ha disparado, estoy seguro de ello, pero no lo recuerdo ni noto absolutamente nada. Y ese olor... Como a clínica dental. Sí, y a pólvora. Huele a clínica donde los dentistas anestesian con un revólver, un nivel más, tan solo, en la escala de la crueldad de los odontólogos. Dobla su pañuelo sobre la parte manchada y tapa el orificio que ha hecho en mi cráneo y lo mantiene ahí. Esa canción... ¿Habrá fallado? Si su intención era matarme, claro. No puedo moverme ¿Estaré muerto? Descartes... Pienso, luego, existo. Qué sabría él de la muerte. No pudo reflexionar sobre ello ni sobre el pensamiento tras ella. Tal vez sí pudo, tuvo su oportunidad, como todo el mundo, pero, ¿cómo hacernos llegar sus conclusiones? Si trabajó sobre el tema, fue tras fallecer, por lo tanto... Quizá nos pasamos la muerte reflexionando sobre lo incomprensible de la vida. Con el pañuelo por encima de mis ojos y el cañón enfriándose delante de ellos ese alguien me sonríe con suficiencia. Posiblemente me hubiera podido perforar el cerebro con su mirada, tan intensa. ¿Cómo fingir que estoy muerto para que me deje en paz? Debe haber algo vivo en la expresión de mis ojos. Peor es si sobrevivo en unas condiciones en las que preferiría estar muerto. ¿Cómo finjo estarlo? ¿Cómo conseguir que me dejen morir? No me llegan a la mente imágenes del pasado, ni un breve resumen de mi vida.  Siempre imaginé que ocurriría. Quizás no ha llegado mi hora. Pero, ¿por qué esto no me tranquiliza? Quizás porque pensar en las veces que fantaseaba con esa idea es lo mismo que tener un recuerdo del pasado. No, no, yo entonces me refería al recuerdo de experiencias vividas, no imaginadas. Definitivamente no es mi hora. Esa maldita canción infantil. Es inútil, no puedo evitar darle vueltas a la cabeza y enlazar un pensamiento con un recuerdo. Asumo el fin. Este alguien examina la herida, que continúa escupiendo sangre, exhausta. Qué esperaba. En su aparente preocupación deja de mirarme y baja el arma. Si pudiera moverme, actuaría con la rapidez de un súper héroe, como había fantaseado miles de veces; el primer pmovimiento sería lo más delicado, me haría ganar tiempo para ponerme en pie, y derribar a mi asesino. El arma homicida -¿homicida?- dice que no, como si pudiera leerme el pensamiento. No, qué, ¿que no voy a morir? ¿Que no me haga el héroe? Se balancea despacio a un lado y a otro de mi nariz, como esas personas que me miran cuando hablo y sus ojos, incapaces de mirar de forma independiente a cada uno de los míos, se mueven rápido mirando a uno y a otro, a uno y a otro, sin perder detalle de mi expresión... Yo nunca miro a los ojos, me da miedo que descubran algo oscuro dentro de mí. Me he perdido tantas miradas... Llenas de luz, que tal vez iluminaran mi interior y descubriesen lo que nunca me he atrevido a mostrar. ¡Qué miedo a enamorarme, toda la vida! Qué miedo a no estar a la altura, a no ser digno. Esa vieja canción infantil... Su letra determinará cuál de mis ojos recibirá el impacto ――¿el segundo? ¿El último?――. Y la canción termina. Y el baile del cañón se detiene. Y es falso eso de que se ve pasar la vida justo antes de morir.