domingo, septiembre 28, 2008

Talludita Gladys

Gracias al segundo intento de homicidio de Sharon, la excursión al estadio olímpico, mi siesta extrema en la biblioteca y la negativa de Raimundo a prestarme ayuda, me fui a dormir sin haber comido, sin cenar y con un horrible dolor de piernas. No había terminado de meterme en la cama, cuando entró Gladys, cerró con llave y me dedicó miradas que nunca antes había recibido, con la preocupante excepción de Graham.

-¡Oh, no!, exclamé aún extasiado.
-Ya está, mi amor, ya ha pasado todo.
-Lo siento…
-No te preocupes mi vida, es como si lo hubiese alcanzado contigo, me tranquilizó Sharon
-Te juro que es la primera vez que me pasa.
-Bueno, anoche.
-¿Cuándo me curaste nada más despertar? Lo recuerdo, pensé que fue el efecto
del sedante.
-No, cuando entré aquí. Cariño, son las siete de la mañana.
-Pero si no ha pasado ni un minuto. Ahora el rostro de Sharon no era tan comprensivo y me miraba con extrañeza.
-Vamos a ver: anoche entré en tu cuarto, te inyecté el sedante, pero no
conseguías dormir. Hemos estado toda la noche haciendo el amor. Bueno, has
estado toda la noche haciéndolo, porque no me ha dado tiempo a
desnudarme. Eres tan precoz.
-¿No puedes utilizar otro término?
-Cada orgasmo era un nuevo récord de velocidad.
-Prefiero lo de eyaculador precoz. ¿Cómo hemos acabado aquí?, intenté cambiar de tema, pero parece que el fiasco nos tenía confundidos.
-Vosotros sabréis.
-No, me refiero a ti y a mi.
-Te tomé cariño cuando te encontré dentro de mi taquilla, con el torso desnudo y
la ropa interior hecha jirones. Durante las curas casi no podía contenerme y de
no ser porque estabas continuamente custodiado te hubiera violado cada noche.
-Bueno, considérame violado.

Más tranquilos, conversamos tendidos en la cama sobre mi idea de huir del centro. Me avergonzó que hubiera descubierto mi idea y le hice saber que estaba asustado por lo de Sharon. Aproveché para mostrar mi total disconformidad con que la hubieran ingresado precisamente en nuestro centro. Me dijo que las cosas estaban así y poco podía hacerse, pero me aseguró que Sharon no volvería a ser la misma, que los fuertes antipsicóticos que estaba recibiendo la tranquilizarían bastante.
Después de la charla tomé las riendas y la obsequié con un coito que me hizo recordar mi capacidad erótica más célebre.

jueves, septiembre 25, 2008

La sordera del corredor de fondo

A la mañana siguiente desperté en un estadio abarrotado, vestido de corto y acompañado de varios atletas. A mi lado derecho había uno saludando a una cámara que avanzaba lentamente de izquierda a derecha captando los saludos concentrados de los corredores. Había pasado delante de mis narices, seguramente la megafonía había anunciado mi nombre y la cámara de televisión emitió para millones de telespectadores mi estúpida expresión. Entonces apareció Raimundo, mi compañero de pasillo, con el número de su habitación, la 607, pegado al muslo. Me fijé y yo llevaba el número de la mía en el mismo lugar. El pistoletazo de salida lanzó la carrera. No sabía qué diablos hacía allí, pero imaginé que había sido Raimundo con su poder mental, y en estas reflexiones hice tropezar a otro corredor que perdió el equilibrio. La prueba estaba siendo muy lenta y los atletas recriminaban nuestra falta de concentración. Entonces Raimundo señaló la imagen del video marcador y un texto que decía: a Sharon la van a encerrar en nuestra planta. Esto me aceleró el pulso y rompí definitivamente la carrera en un sprint eléctrico de trescientos metros que me dio el triunfo. Antes de que los corredores me diesen una paliza aparecí en mi habitación. Con la necesidad urgente de verificar la noticia, entré sin avisar en el cuarto de Raimundo y le descubrí en la cama con algo o alguien. En el suelo estaba su ropa de atleta y un chándal del equipo femenino de lanzamiento de peso de la República Checa. Esto confirmó que la carrera que había ganado no había sido un sueño, fue obra de la mente caprichosa de Raimundo, y que, por tanto, el rumor del ingreso de Sharon era cierto. Salí con sigilo, cogí papel y lápiz y metí por debajo de la puerta una nota emplazando a Raimundo a reunirse conmigo en la biblioteca. La colección de libros y películas de Wuan ponía en ridículo la del centro, y, con su beneplácito, la dirección anexionó la una a la del otro. Tomé una de las películas orientales, y me dormí como un bebé. La película me dio un efecto sedante que ningún medicamento había conseguido antes.
Al despertar volví a la habitación de Raimundo. Entré y la lucha encarnizada sobre su cama estaba en su punto álgido. El amasijo de carne en que estaban convertidos me hizo imposible distinguirle y toqué ligeramente el hombro de la atleta pensando que era el de Raimundo –no le recordaba tan peludo, pero supuse que era el suyo-. El sobresalto hizo que mi vecino la transportase sabe Dios dónde y recriminara mi intromisión,
-¿No sabes llamar a la puerta, Murray?
-Tenemos que escapar de aquí o Sharon volverá a hacerme daño.
-No creo que Sharon esté ahora para volver a intentar matarte. Estará muy sedada, y sujeta a una cama, así que, no tienes por qué preocuparte.

jueves, septiembre 18, 2008

Wuan recibe mi merecido

A los dos días de operarme de los tímpanos me dieron el alta y Graham y otro celador me llevaron a mi dependencia, en el mismo edificio. En el comedor me esperaban los internos y el personal sanitario para darme la bienvenida. Escondida en el tumulto vi a Sharon y en ese momento pensé que no había tenido nada que ver con la explosión, si no, la habrían reducido nada más entrar en el edificio. Pero allí estaba, emergiendo entre la multitud, visiblemente emocionada, camino de fundirse en un abrazo conmigo. Con lágrimas en los ojos fui hacia ella, pero antes de juntarnos acuchilló al pobre Wuan en un costado, que se interpuso entre ambos para darme la bienvenida. No pudo aguantar la emoción y se anticipó a todos para abrazarme desconsolado. De esa manera quedó entre la homicida y mi cuerpo aún convaleciente. Para más humillación, la hoja del cuchillo entró horizontal y la fuerza del brazo de Sharon le mantuvo en vilo a dos palmos del suelo empujándole contra mí, y al ver que la hoja no le había traspasado, lo sacudió enérgicamente para soltarlo. Graham y su compañero, que contemplaban el recibimiento desde la puerta, chocaron entre sí dudando si atender al pequeño ex ministro de cultura norcoreano o reducir a Sharon. Finalmente apresaron a la homicida y Su Excelencia sólo tuvo que lamentar la pérdida del bazo, que le fue extirpado aquella misma tarde.

Capítulo doble, ¡como en la tele!

Es muy tarde y, aunque no tengo ganas de dormir, si las tengo de soñar, y sueño que hay alguien al otro lado que va a leer la historia. En fin, que he publicado el primer capítulo de la historia que me empujó a escribir en este blog hace dos años, remozada en "Salvar a Murray", y me ha parecido tan rápido y soso el proceso de publicaión, que voy a mandaros -o mandarte, o mandarme- un segundo capítulo a la voz de AR (Ana Rosa), o sea, ya. Joedr, ¡como en la tele!

Dulce y explosiva Sharon

Sinceramente, no esperaba la visita de Sharon. Desde que ingresé en este lugar, había perdido toda esperanza de volver a verla y de seguir siendo su novio. Tanto, que casi la había olvidado. Aun así se presentó. Entré en la sala de la televisión y menos de un minuto después se fue. Mientras regresaba, me aseguró que lo haría, busqué algo interesante en la tele, sin poner grandes esperanzas en ello prendí el aparato. Fue como si el botón que pulsé del mando a distancia eliminara la gravedad y mi cuerpo y los objetos de la sala se confundieran en un terrible caos.

Con la misma sensación de gravedad cero me desperté tumbado sobre una cama y sujeto a unos cables. Distinguí a varias personas a mí alrededor: Raimundo, el interno que vive junto a mi habitación; Graham, el celador que me trajo al Centro; y Gladys, la enfermera que me atendió tras la explosión. En ese momento empecé a recordar: la visita de Sharon, la sala de la televisión, el olor a almendras amargas y la explosión. Intentaron explicarme lo ocurrido, pero no pude oír nada. Me inquietaba Graham, que no dejó de llorar formando una estampa lamentable en contraste con su colosal tamaño. Temo que durante mis vacaciones en el subconsciente haya abusado de su autoridad y de algo más. No conseguía oír mi voz preguntando por Sharon, que creo que tiene algo que ver con mi convalecencia, pero ninguno de los tres parecía conocerla.
Gladys invitó a abandonar la habitación a los dos y me puso más medicación en el suero. Me curó las heridas con una delicadeza estremecedora. La sensación que me proporcionó el sedante fue lo más parecido a un orgasmo.

¡Me cargué la historia!

No se cómo deciros esto. No es que me haya tirado un año sin escribir aquí por el cago de conciencia, ejque he estao liao.

Con dificultades, pero he conseguido entrar en mi blog. Cuando he leído el último capítulo de la historieta me he dado cuenta de que no tiene final ni lo tendrá nunca. En el curso de creación literaria que empecé el año pasado, en una de las propuestas, decidí no comerme la cabeza y convertir la historia en un cuento de no más de veinte páginas. Después decidí comerme menos la cabeza y lo construí cortando y pegando -qué vergüenza, por dios-, y al final, con ayuda del agudo análisis de los miembros del taller, le di cierta forma. Y no quedó mal, aunque, cada vez que leo, sigo viendo el corta y pega.

Poe eso pienso que me he cargado la historia, aunque siempre puedo volcarla aquí, capítulo a capítulo -mantiene prácticamente los mismos-, como si no hubiera pasado nada. Y quizás se me ocurran más aventuras relacionadas con los personajes.

Es genial escribir en el blog pensando que alguien lo va a leer.