jueves, septiembre 18, 2008

Dulce y explosiva Sharon

Sinceramente, no esperaba la visita de Sharon. Desde que ingresé en este lugar, había perdido toda esperanza de volver a verla y de seguir siendo su novio. Tanto, que casi la había olvidado. Aun así se presentó. Entré en la sala de la televisión y menos de un minuto después se fue. Mientras regresaba, me aseguró que lo haría, busqué algo interesante en la tele, sin poner grandes esperanzas en ello prendí el aparato. Fue como si el botón que pulsé del mando a distancia eliminara la gravedad y mi cuerpo y los objetos de la sala se confundieran en un terrible caos.

Con la misma sensación de gravedad cero me desperté tumbado sobre una cama y sujeto a unos cables. Distinguí a varias personas a mí alrededor: Raimundo, el interno que vive junto a mi habitación; Graham, el celador que me trajo al Centro; y Gladys, la enfermera que me atendió tras la explosión. En ese momento empecé a recordar: la visita de Sharon, la sala de la televisión, el olor a almendras amargas y la explosión. Intentaron explicarme lo ocurrido, pero no pude oír nada. Me inquietaba Graham, que no dejó de llorar formando una estampa lamentable en contraste con su colosal tamaño. Temo que durante mis vacaciones en el subconsciente haya abusado de su autoridad y de algo más. No conseguía oír mi voz preguntando por Sharon, que creo que tiene algo que ver con mi convalecencia, pero ninguno de los tres parecía conocerla.
Gladys invitó a abandonar la habitación a los dos y me puso más medicación en el suero. Me curó las heridas con una delicadeza estremecedora. La sensación que me proporcionó el sedante fue lo más parecido a un orgasmo.

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