jueves, septiembre 25, 2008

La sordera del corredor de fondo

A la mañana siguiente desperté en un estadio abarrotado, vestido de corto y acompañado de varios atletas. A mi lado derecho había uno saludando a una cámara que avanzaba lentamente de izquierda a derecha captando los saludos concentrados de los corredores. Había pasado delante de mis narices, seguramente la megafonía había anunciado mi nombre y la cámara de televisión emitió para millones de telespectadores mi estúpida expresión. Entonces apareció Raimundo, mi compañero de pasillo, con el número de su habitación, la 607, pegado al muslo. Me fijé y yo llevaba el número de la mía en el mismo lugar. El pistoletazo de salida lanzó la carrera. No sabía qué diablos hacía allí, pero imaginé que había sido Raimundo con su poder mental, y en estas reflexiones hice tropezar a otro corredor que perdió el equilibrio. La prueba estaba siendo muy lenta y los atletas recriminaban nuestra falta de concentración. Entonces Raimundo señaló la imagen del video marcador y un texto que decía: a Sharon la van a encerrar en nuestra planta. Esto me aceleró el pulso y rompí definitivamente la carrera en un sprint eléctrico de trescientos metros que me dio el triunfo. Antes de que los corredores me diesen una paliza aparecí en mi habitación. Con la necesidad urgente de verificar la noticia, entré sin avisar en el cuarto de Raimundo y le descubrí en la cama con algo o alguien. En el suelo estaba su ropa de atleta y un chándal del equipo femenino de lanzamiento de peso de la República Checa. Esto confirmó que la carrera que había ganado no había sido un sueño, fue obra de la mente caprichosa de Raimundo, y que, por tanto, el rumor del ingreso de Sharon era cierto. Salí con sigilo, cogí papel y lápiz y metí por debajo de la puerta una nota emplazando a Raimundo a reunirse conmigo en la biblioteca. La colección de libros y películas de Wuan ponía en ridículo la del centro, y, con su beneplácito, la dirección anexionó la una a la del otro. Tomé una de las películas orientales, y me dormí como un bebé. La película me dio un efecto sedante que ningún medicamento había conseguido antes.
Al despertar volví a la habitación de Raimundo. Entré y la lucha encarnizada sobre su cama estaba en su punto álgido. El amasijo de carne en que estaban convertidos me hizo imposible distinguirle y toqué ligeramente el hombro de la atleta pensando que era el de Raimundo –no le recordaba tan peludo, pero supuse que era el suyo-. El sobresalto hizo que mi vecino la transportase sabe Dios dónde y recriminara mi intromisión,
-¿No sabes llamar a la puerta, Murray?
-Tenemos que escapar de aquí o Sharon volverá a hacerme daño.
-No creo que Sharon esté ahora para volver a intentar matarte. Estará muy sedada, y sujeta a una cama, así que, no tienes por qué preocuparte.

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