sábado, diciembre 16, 2006

Domingo, Lunes... (8) Sin Hallazgos Significativos

La anécdota del ex ministro norcoreano marcó mi vida a partir de ese momento. Decidí idear una fuga por dos razones principalmente: la primera, por ser la más importante y sobretodo vital para mí, es que Sharon pasó a vivir en el mismo edificio, y la segunda, no la recuerdo, qué más da, con la primera tengo más que suficiente. Sólo espero que la mediquen con algo que contrarreste las ganas de matar.

Para qué me voy a seguir engañando, vivo en un manicomio, y lo asumo, es decir, asumo que estoy encerrado en uno, pero no el por qué, y lo que más me mosquea es que todos mis compañeros en el centro afirman lo mismo, o lo niegan, según se mire, nadie reconoce acumular rarezas como para tener que estar encerrado y controlado en un centro, en un centro, ¿penitenciario?

La tarde del incidente la ocupé escuchando música encerrado en mi habitación ajeno a lo que pudiera pasar fuera y, sobretodo, a lo que pudiera idear Sharon para eliminarme, porque supongo que estaría sedada y atada en la cama de alguna habitación próxima. Por si tuviera poco con todo lo sucedido tenía ahora otra preocupación, me molestaba no ser lo suficientemente estúpido como para preguntarme si no había más centros de desintoxicación mental en el mundo, o en mi ciudad, como para mandarla a alguno de ellos, o cárceles, o islas desiertas, ataúdes, profundidades del mar o de escombros. No dejé de maldecir al mundo por ello.

Wuan Trij Il salió del quirófano con éxito. Teniendo en cuenta la mala suerte que le estaba acompañando los últimos días hacía pensar que no superaría la intervención, pero se recuperaba favorablemente en el hospital contiguo.

domingo, noviembre 26, 2006

Domingo, Lunes... (7) Sharon no carbura.

Cuando llegué a mi domicilio era casi la hora de comer, así que, aunque no habían traído la comida aun, decidí esperar en el comedor.
Una de las puertas de acceso, la más próxima al pasillo de los apartamentos, estaba inhabilitada, y con ella la parte sur del comedor, que se habían apresurado a reformar después del incidente de la explosión. Había que reconocer que la dictadura del presidente de la comunidad no dejaba de ser eficaz en esos aspectos.

Cuando entré por la otra puerta encontré a todos mis vecinos esperándome con un pequeño festín a modo de aperitivo antes de la comida. Escondida tras la multitud se encontraba Sharon, visiblemente emocionada, que esperaba pacientemente el momento de fundirse en un cálido abrazo conmigo. En ese momento supe que no tuvo nada que ver en el atentado y que debió haberlo pasado bastante mal durante mi convalecencia, al contrario que opinaban las autoridades de la urbanización y extra comunitarias, que no pudieron convencerme de que Sharon fue la causante del desastre. Con lágrimas en los ojos me dirigí a ella, momento que eligió para acuchillar al pobre ex ministro norcoreano en un costado, por intentar anteponerse para darme la bienvenida. Otro revuelo más.

Desde nuestra ruptura el carácter de Sharon se había agriado notablemente, cosa que me entristeció sobremanera, pues de algún modo me sentía responsable, al fin y al cabo yo destruí su piso, después de convertir su vida en un caos desde antes del incendio y sobretodo después...

¡Por la gloria de Zapp Branigan, Sharon ha estado intentando matarme! Y va a conseguir que la encierren en un loquero como siga con esa actitud. Estuve un tiempo sordo, pero no había estado tan ciego en mi vida. ¡El artefacto que explotó en la sala de la tele iba destinado a mí! Claro, por eso apenas se quedó conmigo, ni me dijo qué coño estaba haciendo allí, y se llevó en volandas al estúpido aquel que la reconoció, para no hacer más daño del previsto, supongo (qué solete); ¡y la cuchillada que casi desangra a Wuan Trij también iba a mí destinada! Claro, no pudo aguantar la emoción (es una de las personas más sensibles que conozco, aunque no tanto como Graham, el celata) y quiso anticiparse a todos y abrazarse a mí desconsolado, por lo que se antepuso entre el afilado cuchillo jamonero y mi cuerpo aun convaleciente. Por fortuna sólo dañó su bazo, pero, para más humillación, la hoja del cuchillo entró horizontal y, gracias a lo reducido del tamaño de mi héroe y a la fuerza animal del brazo demente de Sharon, le mantuvo en vilo a dos palmos del suelo empujándole contra mí como si la hoja le hubiera traspasado e intentara alcanzarme, y al ver que no lo había traspasado, lo sacudió enérgicamente para soltarlo del cuchillo, como el que agita un termómetro antes de utilizarlo, en vez de apoyarlo en el suelo y sacar la hoja como le sugerimos. Milagrosamente Su Excelencia sólo tuvo que lamentar la pérdida de aquel órgano, que le fue extirpado de urgencia esa misma tarde.

domingo, noviembre 19, 2006

Domingo, Lunes... (6) Edgar se inmiscuye en mis sueños.

La salida del hospital fue algo traumática. A las dos semanas de la operación de mis oídos me dieron el alta médica, pero no sin antes provocar una situación algo desagradable. El día del alta me despertaron las enfermeras, como siempre a las ocho de la mañana, momento que aprovechaba para salir de la cama a toda velocidad en dirección al baño y con una ducha fría aplacar los efectos de mi desafiante priapismo. Era entonces cuando entraba la auxiliar y hacía mi cama y la limpiadora aseaba la habitación. Cuando salía estaba todo recogido he incluso habían peinado al súper celador, que seguía dormido en la butaca. Pero esa mañana no salí como todas las mañanas. No sé por qué estúpida razón cerré por dentro la puerta del aseo y me quedé dormido bajo la ducha, apoyado en sus frías paredes. No sé cuánto tiempo estuve pero soñé algo extrañísimo (una vez más.) Soñé que besaba apasionadamente a alguien en el maletero de un coche. Me sentía volar, era el beso más dulce que jamás había probado. Cuando nuestros labios se separaron extasiados ví que mi amada no era tal, ni siquiera era humano, era un pollo gigante, con unos ojos verdes preciosos, eso si. Qué asco, y no por haber besado a un pollo, si no por haber sentido y seguir sintiendo eso tan especial hacia aquellos labios (¿pico?). El pollo, Edgar era su nombre, no se quedó sin habla e impidió que se creara ese silencio tan embarazoso diciendo únicamente: “tenemos que salir de aquí”, una y otra vez, “tenemos que salir de aquí”. Mientras, una multitud zarandeaba en coche y desafiaba el éxito de mi timpanoplastia a base de gritos y golpes aterradores. Viendo Edgar que la puerta del maletero estaba a punto de ceder y antes de ser descubiertos (supuse que afuera esperaba la gallina gigante, esposa del pollo, a punto de descubrir el adulterio) me pidió encarecidamente que recordase la siguiente secuencia silábica: www.cienhistorias.blogspot.com. Cuando se abrió la puerta ví a parte de la multitud delante de un vehículo monstruoso, lo que hizo que creciera el miedo y la excitación y, como consecuencia, me orinara encima. Desperté con los gritos de Graham, el súper celador, las enfermeras, la auxiliar y el presidente de mi comunidad (qué coño hacía ese energúmeno allí, ¿seguía soñando?) y el ruido de la puerta del aseo al caer sobre suelo de goma antideslizante. Por lo visto, eran ellos los que casi me dejan sordo de nuevo golpeando la puerta y llamándome a gritos.
Como dije antes, no entiendo por qué razón cerré por dentro el cuarto de baño, y así se lo hice saber a la enfurecida concurrencia que recriminaba mi ocurrencia.
Recibí el alta y Graham y otro compañero, al que no conocía ni tenía por qué, me llevaron a mi dependencia, a la sexta planta de aquel extraño residencial, y no tuvieron que dedicar mucho tiempo en realizar la tarea, puesto que el hospital y mi zona residencial se encontraban en el mismo complejo.

Aún con la sensación agridulce de mi encuentro zoofílico-onírico no me quitaba de la cabeza aquel “tenemos que salir de aquí”, resonando dentro de mí como “tengo que salir de aquí”.

lunes, noviembre 06, 2006

Domingo, Lunes... (5)

Sentí como si Sharon hubiera pulsado una tecla en el mando a distancia que guardó en el bolso para eliminar la fuerza de la gravedad de la sala de la televisión. De repente estaba flotando en ese espacio rodeado de otras cosas, todas las cosas de la sala, que también flotaban como en el anuncio de un licor. El aire que se respiraba era como si, por aquello de la gravedad y con ayuda del olor a almendras, una caja gigantesca de polvorones, el equivalente a lo acumulado de media en Navidad, se hubiera deshecho y hubiera esparcido su dulce contenido formando una densa tormenta de polvorones. Ví pasar mi vida en dos segundos. Bueno, toda no, joder fueron dos segundos, no dio tiempo a más.
Desperté en la cama de un hospital con una sensación de bienestar increíble. Las drogas legales que me están suministrando me proporcionan caricias que nunca antes había experimentado. Por lo que intenta decirme a gritos –mis tímpanos se convirtieron en cerumen mientras veía pasar mi vida por delante-, y con la mano dentro del pantalón, Raimundo, mi vecino el mentalista, he estado tres semanas y media en coma. Detrás de Rai puedo ver a uno de los súper sanitarios que conocí después del incendio pero no puedo oír sus sollozos, afortunadamente. Soy muy sensible, no puedo ver y oír llorar aun tío como un castillo, me dan ganas de matarle. Por lo visto tuvo que doblar turno esas tres semanas porque Sharon atropelló a su compañero en una maniobra indebida con su auto. Dobló la primera semana a la espera de la contratación de un nuevo celador pero al comprobar la dirección del centro cómo aguantaba vivo el mozo decidieron suspender la búsqueda. Durante esas jornadas interminables a los pies de mi cama y convencido como estaba de que las personas en coma pueden escuchar lo que ocurre a su alrededor, no paró de hablar ni un segundo; primero con meros formalismos del tipo es época de níscalos, o el Betis, ni con Irureta, después con más confianza y poco a poco con temas más íntimos hasta convertirme sin quererlo en su mejor amigo, y temo que en algo más. Yo no dudo que eso ocurra, lo del subconsciente en comatosos o como se llame eso, y no sé cómo funciona, pero yo estaba sordo y no me enteré de nada. Lo único que recuerdo durante esas semanas fue un sueño que se repitió varias veces, o eso creo, en el que presenciaba una procesión de Semana Santa con la única diferencia con respecto a la realidad de que el paso, el cristo o la virgen que entraba o salía de la iglesia era un tanque de guerra. Después de esta imagen la otra parte del sueño evidenciaba mi incapacidad para atraer a las mujeres, seres a los que amo.
Me traen la cuña.
Mañana me operan de los tímpanos.

lunes, octubre 30, 2006

Domingo, Lunes... (4)

Ni que decir tiene que mi novia me abandonó. Bueno, la abandoné yo a ella con ayuda de los dos súper sanitarios que me acompañaron a mi nueva residencia, pero luego ella me comunicó que no volviera a buscarla si conseguía salir de allí cuerdo. ¿A qué se refería con aquello de cuerdo? Yo estaba bien de la cabeza aunque la mala suerte intentara demostrar lo contrario. Total, que mientras me adaptaba a mi nueva realidad olvidé por completo a Sharon, o mejor dicho, había dado por hecho que no tenía novia, después de todo aquello que pasó con el piso y de mi empeño suicida en pertenecer a la misma realidad temporal que el resto de la sociedad. Así que, por una cosa o por otra, lo mío con Sharon había terminado. Pero ella, por lo visto, no me olvidó a mí, a pesar de su amargo adiós.
Conocí a Sharon en un programa de testimonios en televisión. Me contrataron para representar un reencuentro con un ser querido y Sharon era la presentadora. Creo que nos enamoramos en la entrevista, donde recibí el guión. Después del ensayo comimos juntos y ya no nos separamos hasta el día del incendio. El mejor momento de su carrera –económicamente hablando- coincidió con nuestra época más dulce. De aquel programa pasó a colaborar en programas de prensa rosa, donde todo el mundo hablaba al mismo tiempo agitando folios y algunos famosos presentaban sus cortometrajes, que luego los colaboradores comentaban. A pesar de la pasta que cobraba odiaba su profesión, pero precisamente el estar forradísima era lo que le impedía apreciar el intenso olor a mierda.
Apenas salí de la ducha me avisaron de que tenía visita. Las visitas tenían lugar en la sala de TV. Allí estaba Sharon haciendo zapping extremo mientras uno de mis vecinos le dedicaba miradas llenas de odio por no poder jugar su partida de Play. Cuando me vio entrar metió el mando en el bolso apresuradamente. Por casualidad apareció su rostro desencajado en la pantalla, lo que cambió el gesto del vecino para siempre, temo, pues congeló una sonrisa estúpida en su rostro y no se despegó de Sharon mientras estuvo allí. Podría haberse dado una situación hermosa de reconciliación de no ser por su inusual nerviosismo y porque, sin mediar palabra –inteligible-, cogió al vecino del brazo y se lo llevó de la sala. Me dijo que había traído algo para mí y que había olvidado en el coche, o eso me pareció entender. Me pidió encarecidamente que no me moviera de allí. Aguardé un minuto y apenas empecé a apreciar el sospechoso olor a almendras amargas sucedió la explosión.

lunes, octubre 23, 2006

Domingo, Lunes... (3)

Nada en mi nuevo hogar hacía sospechar que aquel sobrio edificio era un manicomio, o como quieran llamarlo ahora. Sí me extrañó que la práctica totalidad de mis vecinos no pusieran reparos en dejar aflorar sus vergonzantes excentricidades a la luz. Por mi experiencia en otras convivencias podía afirmar que en estas cabe de todo, necesariamente, es decir, que en cada convivencia tiene que haber personas tranquilas, personas emocionalmente equilibradas, personas representantes del mal más o menos humildes, los indolentes, los pasivos, los escandalosos, los insociables, etcétera, pero es que en mi vecindario estaba metido lo peor de cada casa y los representantes del mal, afortunadamente, eran el casero y su “equipo humano” (que empeño en mantener vivo el ambiente sórdido de la urbanización) nada más, de momento. Vamos, que eran los únicos que habían demostrado ser gentuza, aunque, eso sí, la del mal era la única sociedad que funcionaba como un reloj suizo.
Era un edificio de seis plantas con diez viviendas cada una. Apenas teníamos contacto con los vecinos de las demás plantas, por lo que no sabíamos por qué ellos sí podían salir a la calle, aunque sólo fuera hasta el perímetro de la urbanización. Ni siquiera compartíamos comedor, gimnasio, sala de lectura o sala de televisión, pues cada planta disponía de todas esas salas e instalaciones. Mi puerta era la 605, tenía un cuarto de baño, un dormitorio y una salita con tv. Cocina no necesitaba porque todos comíamos en el comedor, que extendía paralelo al pasillo central, por el que se llegaba a las viviendas. Enfrente estaban la sala de lectura y la de televisión. La de lectura era tan ridícula que había sido absorbida por la inmensa biblioteca de Wan Trij-Il, un ex-ministro de cultura norcoreano al que, según él admite, su gobierno sacó de quicio ignorando su cartera, y que habitaba tras la puerta número 610, frente a la biblioteca, su biblioteca. En la sala de la tele no se veia la tele, se jugaba a la Play Station, únicamente a un juego de fútbol, organizándose cada año una competición paralela a la que se celebraba de verdad. Nadie se quejaba, todos preferíamos la liga virtual a la real, y los contenidos habituales de la programación televisiva no los entendía nadie y nos aburría. Al final del pasillo, al otro lado de las viviendas, en el vestíbulo de los ascensores había una especie de puesto fronterizo donde pasaban el tiempo las fuerzas del orden. Desde allí salían las patrullas y era el almacen de los fármacos que nos suministraban. ¿Por qué nos medicaban? Nadie lo sabe. Yo escondía las pastillas que me daban y se las daba a Procopio, de la 601, un mago mentalista superado por su poder mental.
No me quitaba de la cabeza la idea de que aquello pudiera ser un manicomio. En mi vida había estado en uno, ni de visita, y no sabía cómo eran por dentro. Lo que sí sabía era que yo no estaba loco, así que, eso no era un manicomio, y punto. Donde sí había estado antes, muchas veces, era en una vivienda, y tampoco esto lo parecía, pero teniendo en cuenta que los gobernantes habían declarado a los pisos de 25m2 "vivienda digna" y que el mío tenía 26m2, podía decirse que tenía una casa muy apañá, una cucada. Por otro lado, en alguna de las viviendas en las que habité anteriormente había sufrido la tiranía del presidente de la comunidad. Como a nadie le gustaba serlo por la responsabilidad que entrañaba todos dejaban que lo fuera aquel dictador, que gobernaba a sus anchas. No llegaba a parecerse al caso del casero y la gente que le respaldaba, estos iban más lejos: llevaban la misma indumentaria, todos de riguroso blanco, utilizaban las instalaciones a su antojo y no dudaban en reducir a cualquier vecino, joven o viejo, a base de mamporrazos y medicación.
La gente se quejaba de que el régimen de visitas era anticonstitucional. No se qué significa esto, pero debía ser un insulto muy grave, pues los hombres y mujeres al servicio dictatorial del casero montaban en cólera y sembraban el caos. Yo no había recibido ninguna visita desde que llegué allí, pero tampoco esperaba a nadie, por lo que me parecía exagerado todo aquello, tanto las protestas vecinales como la reacción gubernamental. En algo estaba de acuerdo, que si no dejaban entrar a nadie de visita, que al menos nos dejaran salir.
Curiosamente, un día después de aquellas manifestaciones recibí una visita inesperada: mi novia Sharon.

miércoles, octubre 04, 2006

Celos

Hoy he vuelto del curro de mala hostia. Pensaba escribir sobre mi estado de ánimo cuando llegase a casa pero de camino, dándole vueltas al asunto, he llegado a la conclusión de que mi mosqueo, en un 90%, era por mi culpa, así que, a callar. Pero el mosqueo se ha instalado en mi casa, se ha zampado mi comida y ahora me agobia observando lo escribo surfeando mi hombro izquierdo. Tiene que haber algo aparte de asumir mi parte de culpa para conseguir un equilibrio emocional medianamente apto. Mientras lo pienso os hablo de otra cosa.

El miércoles 27 de septiembre fue mi última visita al dentista después de nueve meses, prácticamente lo que llevamos de año. Nunca he sentido pánico a los dentistas ni al molesto sonido que emiten sus ofensivos instrumentos de trabajo, pero de ahí a echarlos de menos... El otro día cuando terminó mi consulta, esperando a la auxiliar para pagar lo que debía, vi cómo entraba el siguiente paciente y cómo era presentado al dentista. No se conocían, era su primera visita. Sentí en mi interior un desasosiego comparable al que se siente cuando encuentras a tu pareja en tu cama practicando sexo consentido con un desconocido (para tí) cuya apariencia te recuerda a tí mismo. Celos. Y pude ver la mueca amistosa que le dedicaba al intruso, la misma que me dedicó a mí la primera vez que me trató. Pensé: "se acabó". Pero lamentablemente olvidamos un asunto, que yo fui al dentista porque tengo brusismo, que es algo así como apretar los dientes unos contra otros y rechinarlos durante la noche, cargándotelos, y, una vez terminada la reparación dental, necesitaba una protección para mis parcheados a base de bien y flamantes dientes. Necesitaba que me hicieran, con un molde de mi piñata, una férula de descarga, algo parecido a lo que llevan los luchadores de boxeo y algunos ministros para protegerse la dentadura en un combate. Así que llamé ayer y me dieron cita para el próximo miércoles. ¡Me va a oir!

lunes, septiembre 18, 2006

Aprenda a tocar la batería

Anoche asistí al concierto de Alamedadosoulna en las Fiestas de Barajas y me di cuenta de muchas cosas, tantas que me perdí bastantes detalles de la actuación. Empezó puntual a las 22:30h y sus diez componentes, desde ese momento, empezaron a agitar sus columnas vertebrales al ritmo que marcaban batería y bajo. Digo sus columnas tan solo, porque las extremidades las tenían ocupadas en mantenerse de pie las inferiores y en sostener y/o tocar sus instrumentos las superiores. Este grupo no es más que otro por tener tan ocupado su cuerpo en este tipo de espectáculos y no conseguir aburrir, por lo visto tiene que ser así y la mayoría lo consigue. Es más, hay gente que opina que para dedicarse a eso hay que estar especialmente capacitado aunque hay muchos que no siendo virtuosos se empecinan en hacer de esto su motor existencial. Como decía, el espectáculo empezó a la hora prometida pero yo no lo vi, porque no fui puntual (joder, por una vez que es el grupo el que tiene que esperarme a mí...) Habíamos quedado con más gente a las 22h en la caseta de IU (sí, qué pasa) y llegaron cuando quedaba algo más de media hora de concierto, así que, esperándoles, nos perdimos, Soulbrown, La Sirenita Maya y yo, la interesante puesta en escena a que estamos acostumbrados los que en más de una ocasión hemos formado parte de su respetable audiencia. Lo que son las cosas, hasta que no llegó el resto (Rominho Power el primero y Ciudadanas del Mundo con Acaparaimágenes después) no disfruté del concierto: ¡¡SOY IMBÉCIL!! Y es que soy quien sirve de referencia a la hora de quedar, debido a la magestuosa longitud de mis fémures y otros huesos no tan largos. De todas formas, también anduve buscando entre la gente caras conocidas del instituto. El caso es que distraigo fácilmente. A pesar de todo, lo que presencié era bastante parecido a lo que mostraron en el anterior concierto que vi, el año pasdo en el Gruta77 (todavía no entiendo cómo entraron todos en el escenario). Pero la última media hora ocurrió algo que me estremeció: un sketch de un método rápido para aprender a tocar la batería. Aquí demostró uno de los saxos del grupo que tiene un cerebro en cada extermidad, además del que tendrá seguramente dentro del cráneo. Primero confesó a su público que, a pesar de tocar el saxo desde pequeñito, la ilusión de su vida es aprender a tocar la batería. Muy oportuno, uno de sus compañeros le regaló un método rápido y manos a la obra. Comenzó una voz a dar las instrucciones. Al contrario que en otros métodos, éste no traía de regalo más que la cinta de las instrucciones, ni batería ni nada. Se puso en posición como le dictaba, y empezaron a sonar los elementos de una batería como si fuera él quien los tocaba y no una grabación, lo que era realmente. Eso lleva muchísimo ensayo, seguro. Cuando empezaron a sonar más elementos a la vez, cuando empezaba a sonar un ritmo básico, se le acerca el mismo de antes y le ofrece un vaso de agua; el aprendiz lo rechaza de primeras, pero luego acepta; al coger el vaso deja de sonar el elemento que ese brazo aporreaba (en el aire). Era como cuando escuchas una canción y haces que eres tú el batería, tocando en una imaginaria, con la diefrencia de que el aprendiz, cuando para el pie del bombo, por ejemplo, deja de sonar el bombo. El acabose llegó cuando en mitad de un ritmo algo más compuesto, aparece su backline (asistente de intrumentos en el escenario) con una raqueta de ping-pong. Bueno, bueno, bueno. Sigue su pie derecho "tocando" el bombo, el izquierdo el Charles (dos platos atravesados por un palo, para que me entendáis), la mano derecha "geolpeando" la caja y la izquierda jugando al ping-pong con un rival inexistente. Luego, sonaba la batería al completo, solo que sustituyendo los golpes de la baqueta derecha en el charles por el sonido de una pelota de ping-pong imaginaria golpeando a la raqueta y a la mesa de ping-pong imaginaria. ¡Y NO SE LE IBA EL RITMO! Porque el sonido de la pelota no tenía ningún ritmo, o sea que... ¿habéis intentado alguna vez bailar sin ritmo? Es imposible, ¿verdad?, a no ser que seas un negao Pues este lo hacía y con otras partes del cuerpo sí lo llevaba. En fin, menuda destreza. Me encantó.
Así que, cuando podáis, si en las fiestas de tu pueblo tocan, si están cenando en la mesa de al lado tuyo en la cena de navidad de tu empresa, si asistes al aprendiz en un accidente de tráfico sin consecuencias negativas, si atracas una farmacia y delante de tí, pidiendo, está éste, en fin, si podéis, id a un concierto de Alamedadosoulna o entrad en su página web www.alamedadosoulna.com.
Hala, ya lo he dicho.

Lunes 18/09/06 00:10h
Harf

jueves, septiembre 14, 2006

Domingo, Lunes... (2)

A pesar del calendario, y habiendo decidido simplemente no perder ojo a los días de la semana (vi que eran siete), pasaron semanas hasta que empecé a sentir la inutilidad de mi nuevo y flamante quebradero de cabeza. Y todo por culpa de mi indisciplina y mi total ausencia de fuerza voluntad, heredadas de mi anterior etapa ignorante de la vida pero feliz al fin y al cabo. En pocos días me encontraba en tierra de nadie, echando de menos mi despreocupación anterior y viendo mi caída libre hacia las encorsetadas medidas de la sociedad, como el paracaidista que salta y en el aire decide regresar al avión, sin éxito, claro.
A partir de ahí fue todo un desastre. Llené mi casa de calendarios y relojes. Qué locura, por Dios. Una tarde, sentado al calor del brasero de la mesa camilla, me quedé dormido y al despertar sobresaltado por los timbres de todos los relojes di una certera patada al brasero que fue prendiendo fuego a cada calendario: el de Ambulancias Marina, primero; luego el de El Jueves, El de Maitena, el de Pirelli... Cómo lloraba. Me sacaron a tortas los vecinos y determinaron las autoridades que fue un intento de suicidio doble: por un lado el quedar dormido respirando el CO2 que liberaba el brasero, y por otro el incendio de colosales dimensiones. Nadie creía mi versión de los hechos. Dos fornidos celadores me acompañaron a mi nuevo hogar, un edificio enorme con una decoración muy fría para mi gusto a pesar de lo acolchado de las paredes. Había muchas personas que vigilaban el correcto cumplimento de las normas del casero, y muchísimos vecinos. Me alegré bastante de ver que tenía muchas cosas en común con mis vecinos, por distintos motivos todos nosotros nos habíamos convertido en despojos de la sociedad, gente inadaptada. Intenté crear una sociedad nueva con todos nosotros pero pronto me di cuenta de que era imposible, la gente iba completamente a lo suyo y nunca llegamos a ningún acuerdo. Creo que estaban todos locos.


Harf

domingo, septiembre 10, 2006

Domingo, tarde.

Si yo lo único que quería era contar cómo iba mi tarde de domingo, y como veía que iba a ser como todas e iba a acabar lamentándome (lameteándome) por no haber hecho nada provechoso, he decidido hacer caso a Agus y a Dani y hacerme un blog. Luego he empezado a escribir y me ha salido éso. Espero que os guste y que me habitúe a continuarlo y a seguir escribiendo.
Me iba a poner a leer, pero he puesto música para simultanearlo y al sonar "Pass The Hatchet", del último álbum de Yo La Tengo, una barbaridad de casi diez minutos de ordenadas estridencias sobre un bajo machacón e himnótico, me he olvidado por completo de la lectura, he levitado hacia el ordenata, que emitía ese humazo sonoro, y me he puesto a escribir.
En principio iba a hablaros de que era el último domingo de mis vacaciones , de lo que iba a estar escuchando, de lo que suponía volver al curro (nueve sías después, tampoco es para tanto), etc.
Bueno, pues el Betis ha ganado 3-0. No sé qué ha podido pasar.

Domingo, lunes...

Hace años odiaba los domigos.
Poco después los perdí.
Y ahora echo de menos aquellos domingos en que odiaba los domingos.
Que conste que era lo único que odiaba entonces. Ni siquiera me odiaba a mí mismo, me estaba conociendo y, para lo que solía, estaba siendo bastante paciente, me estaba dando una oportunidad tras otra. Para mí no era odioso odiar los domingos.
Cuando creí conocerme, o estaba empezando a reconocerme, estaba tan ilusionado con esta idea que me olvidé por completo de los domingos, a los que tanto odiaba. Sabía que existían, pero nunca me acordaba de reparar en ellos, estaba tan ocupado en amar, eran tan diferentes todos aquellos días, que los olvidé. Mi vida entonces, como decía, era muy satisfactoria (lo sigue siendo, creo) y ni siquiera se me había pasado por la cabeza reparar en qué día vivía, y, por lo que podía comprobar, no había pasado nada raro durante ese tiempo que hubiera hecho sospechar a la gente que me encontraba en otra dimensión temporal, o en ninguna, para ser correctos. El miedo a hacer un ridículo espantoso por culpa de mi atemporalidad me puso en la estúpida obligación de, si no tenerlos en constante vigilancia, sí en echarles un vistazo de vez en cuando para por lo menos saber moverme en la sociedad sin levantar suspicacias.
Para guiarme en este follón no tenía más que ojear un calendario y ahí lo tenía, los días en el orden que aun recordaba, con su nombre correspondiente, según mi memoria corroboraba a tiempo real.

Harf.

(continuará)*




*Es que, si sigo con la historia (que no tiene continuación física, que espera a ser escrita) os puedo meter una parrafada infumable y yo seguramente quedarme seco. ¡Hala pues!