domingo, noviembre 26, 2006

Domingo, Lunes... (7) Sharon no carbura.

Cuando llegué a mi domicilio era casi la hora de comer, así que, aunque no habían traído la comida aun, decidí esperar en el comedor.
Una de las puertas de acceso, la más próxima al pasillo de los apartamentos, estaba inhabilitada, y con ella la parte sur del comedor, que se habían apresurado a reformar después del incidente de la explosión. Había que reconocer que la dictadura del presidente de la comunidad no dejaba de ser eficaz en esos aspectos.

Cuando entré por la otra puerta encontré a todos mis vecinos esperándome con un pequeño festín a modo de aperitivo antes de la comida. Escondida tras la multitud se encontraba Sharon, visiblemente emocionada, que esperaba pacientemente el momento de fundirse en un cálido abrazo conmigo. En ese momento supe que no tuvo nada que ver en el atentado y que debió haberlo pasado bastante mal durante mi convalecencia, al contrario que opinaban las autoridades de la urbanización y extra comunitarias, que no pudieron convencerme de que Sharon fue la causante del desastre. Con lágrimas en los ojos me dirigí a ella, momento que eligió para acuchillar al pobre ex ministro norcoreano en un costado, por intentar anteponerse para darme la bienvenida. Otro revuelo más.

Desde nuestra ruptura el carácter de Sharon se había agriado notablemente, cosa que me entristeció sobremanera, pues de algún modo me sentía responsable, al fin y al cabo yo destruí su piso, después de convertir su vida en un caos desde antes del incendio y sobretodo después...

¡Por la gloria de Zapp Branigan, Sharon ha estado intentando matarme! Y va a conseguir que la encierren en un loquero como siga con esa actitud. Estuve un tiempo sordo, pero no había estado tan ciego en mi vida. ¡El artefacto que explotó en la sala de la tele iba destinado a mí! Claro, por eso apenas se quedó conmigo, ni me dijo qué coño estaba haciendo allí, y se llevó en volandas al estúpido aquel que la reconoció, para no hacer más daño del previsto, supongo (qué solete); ¡y la cuchillada que casi desangra a Wuan Trij también iba a mí destinada! Claro, no pudo aguantar la emoción (es una de las personas más sensibles que conozco, aunque no tanto como Graham, el celata) y quiso anticiparse a todos y abrazarse a mí desconsolado, por lo que se antepuso entre el afilado cuchillo jamonero y mi cuerpo aun convaleciente. Por fortuna sólo dañó su bazo, pero, para más humillación, la hoja del cuchillo entró horizontal y, gracias a lo reducido del tamaño de mi héroe y a la fuerza animal del brazo demente de Sharon, le mantuvo en vilo a dos palmos del suelo empujándole contra mí como si la hoja le hubiera traspasado e intentara alcanzarme, y al ver que no lo había traspasado, lo sacudió enérgicamente para soltarlo del cuchillo, como el que agita un termómetro antes de utilizarlo, en vez de apoyarlo en el suelo y sacar la hoja como le sugerimos. Milagrosamente Su Excelencia sólo tuvo que lamentar la pérdida de aquel órgano, que le fue extirpado de urgencia esa misma tarde.

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