domingo, noviembre 19, 2006

Domingo, Lunes... (6) Edgar se inmiscuye en mis sueños.

La salida del hospital fue algo traumática. A las dos semanas de la operación de mis oídos me dieron el alta médica, pero no sin antes provocar una situación algo desagradable. El día del alta me despertaron las enfermeras, como siempre a las ocho de la mañana, momento que aprovechaba para salir de la cama a toda velocidad en dirección al baño y con una ducha fría aplacar los efectos de mi desafiante priapismo. Era entonces cuando entraba la auxiliar y hacía mi cama y la limpiadora aseaba la habitación. Cuando salía estaba todo recogido he incluso habían peinado al súper celador, que seguía dormido en la butaca. Pero esa mañana no salí como todas las mañanas. No sé por qué estúpida razón cerré por dentro la puerta del aseo y me quedé dormido bajo la ducha, apoyado en sus frías paredes. No sé cuánto tiempo estuve pero soñé algo extrañísimo (una vez más.) Soñé que besaba apasionadamente a alguien en el maletero de un coche. Me sentía volar, era el beso más dulce que jamás había probado. Cuando nuestros labios se separaron extasiados ví que mi amada no era tal, ni siquiera era humano, era un pollo gigante, con unos ojos verdes preciosos, eso si. Qué asco, y no por haber besado a un pollo, si no por haber sentido y seguir sintiendo eso tan especial hacia aquellos labios (¿pico?). El pollo, Edgar era su nombre, no se quedó sin habla e impidió que se creara ese silencio tan embarazoso diciendo únicamente: “tenemos que salir de aquí”, una y otra vez, “tenemos que salir de aquí”. Mientras, una multitud zarandeaba en coche y desafiaba el éxito de mi timpanoplastia a base de gritos y golpes aterradores. Viendo Edgar que la puerta del maletero estaba a punto de ceder y antes de ser descubiertos (supuse que afuera esperaba la gallina gigante, esposa del pollo, a punto de descubrir el adulterio) me pidió encarecidamente que recordase la siguiente secuencia silábica: www.cienhistorias.blogspot.com. Cuando se abrió la puerta ví a parte de la multitud delante de un vehículo monstruoso, lo que hizo que creciera el miedo y la excitación y, como consecuencia, me orinara encima. Desperté con los gritos de Graham, el súper celador, las enfermeras, la auxiliar y el presidente de mi comunidad (qué coño hacía ese energúmeno allí, ¿seguía soñando?) y el ruido de la puerta del aseo al caer sobre suelo de goma antideslizante. Por lo visto, eran ellos los que casi me dejan sordo de nuevo golpeando la puerta y llamándome a gritos.
Como dije antes, no entiendo por qué razón cerré por dentro el cuarto de baño, y así se lo hice saber a la enfurecida concurrencia que recriminaba mi ocurrencia.
Recibí el alta y Graham y otro compañero, al que no conocía ni tenía por qué, me llevaron a mi dependencia, a la sexta planta de aquel extraño residencial, y no tuvieron que dedicar mucho tiempo en realizar la tarea, puesto que el hospital y mi zona residencial se encontraban en el mismo complejo.

Aún con la sensación agridulce de mi encuentro zoofílico-onírico no me quitaba de la cabeza aquel “tenemos que salir de aquí”, resonando dentro de mí como “tengo que salir de aquí”.

1 comentario:

Alfonso dijo...

Entra en esa dirección (cienhistorias.blogspot.com) y verás el por qué de este capítulo. Lo digo porque has dado en el clavo.

Aunque pueda parecer otra cosa, nunca he tenido una relación zoomosexual. Ojo!

Me tiré dos semanas sin saber que escribir, y anoche, in extremis, me llegó esta idea. Un compañero del curro está escribiendo la historia de Edgar y me lo va a prestar (ya me lo ha prestado) para algún capítulo y así darle promoción, que se la merece.

Te mandaría un beso, pero después de lo del pollo prefiero mandarte un abrazo!

Fonsín.