sábado, diciembre 27, 2008

Bruce y Tiffany

La joven suspiró y miró de reojo al austero, ajado y viejo cepillo de dientes con quien le había tocado convivir. No imaginaba que hubiera humanos que descuidaran tanto su higiene dental, o simplemente que fueran tan desordenados como para abandonar su cepillo en el vaso habitual en vez de tirarlo a la basura o utilizarlo para limpiar zapatos. Pero restó importancia al aspecto de su compañero y pensó en el momento de dar el primer cepillado a su dueña, la preciosa joven de dientes perfectos que la eligió en aquella farmacia.
Al viejo cepillo no pareció afectarle la desconfianza de su nueva compañera, y dio un repaso visual a su exclusiva anatomía, cuya estridencia no terminó de entender. Preguntó:
- ¿Para qué sirve esa disposición de las cerdas?
- Para llegar a lugares inaccesibles. Contestó altiva.
- ¿Y la superficie de goma?
- Para no escurrirnos entre los dedos de los humanos.
- ¿Y esos colores tan llamativos?
- Estética. Nada más.
El austero cepillo celebró lo bien aprendida que tenía la lección con una carcajada que interrumpió al entrar en el cuarto de baño Víctor y Silvia, sus dueños. La llamativa cepillo se agitó en el vaso al pensar que Silvia se iba a cepillar los dientes, pero ésta sólo acompañaba a Víctor, que iba riéndose y mostrando unos dientes muy bien cuidados. El veterano cepillo reanudó la charla en cuanto salieron los humanos:
- Primero: no esperes que te utilice hasta después de comer, y, segundo; sí, yo cepillo esos dientes perfectos al menos tres veces al día.
Ella pensó que era imposible que aquel cepillo de gama baja estuviera tan deteriorado por una higiene dental tan exhaustiva como la de su dueño. Recordaba que su fabricante recomendaba cambiar de cepillo cada tres meses. Entonces le preguntó su edad y él contestó orgulloso:
- Ocho meses.
- ¡Así estás! Replicó divertida. Luego se ruborizó y al ver la sorpresa
en las cerdas de su compañero rompió a reír contagiándole. Pero éste cambió el gesto y preguntó:
- ¿De verdad piensas que hace tiempo que no sirvo para nada?
Absorta en sus pensamientos, a la joven no le dio tiempo de saborear el momento en que Silvia la tomó del vaso para cepillarse los dientes. A la desesperada intentó llevar a la práctica sus conocimientos, pero cuando se quiso dar cuenta, Silvia ya la había devuelto al vaso, donde el viejo la esperaba con una mueca de satisfacción. Pero trató de consolarla:
- Mi primera vez fue genial. Quizás porque no la esperaba.
- ¿Cómo que no la esperabas? Se supone que tenemos una función.
- Mira, a mí me fabricaron, me metieron en una caja, me llevaron a un comercio, me pusieron en un expositor y Víctor me compró.
- ¿Y no te formaron?
- Pues no, lo que sé lo he aprendido con la práctica. Y te aseguro que si tu dueño no lo hace como debe, de nada sirve que hayas hecho un master en cepillado dental. Los humanos son los que deberían ser formados.
La joven e inexperta cepillo no entendía nada. De qué le servía su formación. A partir de ese momento se sintió insignificante y pensó en lo corta que le parecía ahora su existencia. Tan solo tres meses. En cambio su compañero, al que empezaba a respetar, aun sabiendo que podía ser sustituido en cualquier momento, rebosaba vitalidad por toda su gastada anatomía.
El viejo cepillo pensó que era buen momento para hacer las presentaciones:
- Oye, llevamos un buen rato conviviendo y no sé tu nombre. Yo soy Bruce.
- Es verdad. Yo me llamo Tiffany. Perdona que haya sido tan estúpida. En la fábrica nos lo ponen todo muy bonito a los de gama alta, pero por lo visto la vida real es otra cosa muy distinta
- Piensa que el fabricante lo único que busca es incrementar sus ingresos, y vendiendo siempre el mismo producto no lo conseguirían. De ahí tu diseño llamativo y ergonómico. Pero en realidad es solo eso, diseño. Al final los dos servimos para lo mismo, y para llegar a lugares inaccesibles, como dijiste antes a propósito de la disposición de tus cerdas, ya existe el hilo dental.
- Antes estaba de acuerdo en que nuestra esperanza de vida fuera de tres meses como mucho, pero…
- No te comas la cabeza, Tiffany. Relájate y disfruta de tu servicio a la higiene humana.

Aquella noche ocurrió algo especial. Silvia y Víctor se cepillaron los dientes después de cenar y se prepararon para una velada romántica. Distribuyeron velas por todo el cuarto de baño, llenaron la bañera de agua y sales perfumadas y pusieron una música sensual y relajante. Bruce y Tiffany se deslizaron por la superficie curvada del vaso hasta encontrarse, y unidos por la humedad de sus cuerpos se contagiaron por la atmósfera creada. En ese momento Tiffany supo cómo afrontar su corta existencia y excitada por el efecto refrescante de la pasta de dientes bendijo la suerte de haber ido a parar a aquel vaso junto a ese viejo cepillo de dientes.

jueves, diciembre 25, 2008

Cupido

“En Inglaterra el pueblo les atribuye a los elfos las flechitas de sílex, que la ansiedad de los antropólogos prefiere adjudicar al hombre de las cavernas, ente que muy pocas personas han visto: cosa que no sucede con los elfos, que hasta los borrachos conocen por haber frecuentado”

Jorge Luis Borges




El blanco impoluto del vestido contrastaba con mi piel oscura y rugosa, los detalles dorados hacían ofensiva mi fealdad y a pesar de ir armado con un arco y una flecha de sílex no pude defenderme de la explosión de risa en que se convirtió el interior del roble cuando entré en la fiesta.
- ¡Parece un gnomo albino!, Acertó a decir alguien prolongando el cachondeo un rato más.
La única que no participó en la mofa fue Siuxi. También iba completamente de blanco, con un vestido de gasa, vaporoso y hecho jirones. Es casi más negra que yo y el contraste era especialmente siniestro. Cuando la gente se empezó a olvidar de mi aspecto, Siuxi tomó dos vasos de brebaje, me alcanzó uno y le dije:
- ¿Esperabas turno para reírte de mí? Gracias de antemano por hacerlo discretamente.
- Me gusta tu disfraz, ¿sabes de qué vas vestido?
- ¿De elfo inglés?, dije nada convencido.
- Es una versión élfica de un dios humano, una especie de dios del amor.
- Eres rara de cojones, Siuxi.
- Vas disfrazado de Cupido, dios del amor en la mitología romana, creador de amores y pasiones entre los humanos. Los grabados que hay en la corteza de algunos árboles, esa especie de hoja de nandumbu atravesada por una flecha, tiene algo que ver con todo esto: La hoja representa al corazón de los humanos y la flecha, atravesándolo, el enamoramiento.
- Das miedo, tanta mitología dentro de la mitología me pone los pelos de punta. Continúa.
Fuimos a por otro trago y salimos del roble. Su sabiduría, su amabilidad y mi poco aguante con el alcohol me llevó en volandas tras ella, cuyo atractivo empezaba a parecerme cada vez más evidente: el vello de sus pies apartaba las hojas, sin dejar que rozaran su piel, con una gracia irresistible. No conseguimos alejarnos mucho porque cada poco volvíamos a por otro vaso de brebaje.
Su charla sobre mitología humana se mezclaba en mi cerebro con unas ganas locas de poseerla, pero mi primer acercamiento se vio frustrado porque sin darme cuenta llevaba la flechita del disfraz clavada en el trasero. Ahora Siuxi no tuvo reparos en reírse y tentado estuve de abalanzarme sobre ella cuando se dejó caer panza arriba debilitada por la gracia que le hacía la situación.
De repente un ruido sordo cortó su risa (por fin) y un rostro gigantesco asomó entre los árboles. Después, una mano no menos abominable intentó apresarnos. Su aspecto era parecido al nuestro aunque con menos vello visible y rasgos menos afilados. Lo más parecido a nosotros era su aliento. Tomé a Siuxi del brazo y corrimos a escondernos. Ella quedó tan fascinada con la aparición que casi tuve que llevarla a rastras. Detrás de un árbol vimos cómo el ser gigantesco resoplaba, se desplomaba en el suelo y empezaba a roncar.
A salvo en el roble, mezclados en el alboroto de la fiesta, nos servimos otro vaso de brebaje. Al ir a sentarme y sentir el pinchazo de la flecha en mis posaderas Siuxi despertó del éxtasis reanudando su risa y yo me concentré en la idea de seducirla. Ya no volvimos a hablar del asunto del gigante.

martes, diciembre 16, 2008

Santa Claus revisando albaranes

Queridos Reyes Magos:

No recuerdo la última vez que os escribí una carta, ni si hubo alguna antes si quiera, pero este año necesito hacerlo. Tenéis que saber que me mola más lo del amigo invisible, que es más económico, más adulto y más creíble. Por un lado me da igual dejaros tirados, pero tampoco me alegro. La sensación es la misma que cuando pierde el Madrid: primero me alegro, me hace gracia, pero luego me da palo por mis amigos madridistas. La verdad es que no perdono haberme enterado a través de mis padres; no soporto que no tuvierais el valor de decírmelo vosotros mismos, Sus Orientales Majestades. También es verdad que mis padres tuvieron poca delicadeza, les pasasteis un marrón muy gordo. Si al menos hubierais estado cuando nos lo dijeron. Fue en Las Palmas. Nos compraron un cochecito a pilas que cambiaba de dirección al dar una palmada y dijeron: "Hala, ya está, los reyes son los padres". Mi hermano y yo miramos alternativamente al juguete y a ellos durante unos segundos y nos pusimos a jugar sin darle más importancia. Pero que sepáis que los 19 años es una edad muy difícil para recibir información sin un mínimo de tacto. ¿Qué os costaba supervisar la operación? Obviamente lo del Ratoncito Pérez y Santa Claus dejó de existir en ese mismo instante.

Pero no quiero que el tono de esta carta sea tan amargo, al menos voy a sacudir también a Santa Claus. Cuando éramos pequeños jugábamos a pedirnos los anuncios de la tele. Una vez, después de unos cuantos cortes publicitarios temí que Santa Claus me leyese el cerebro. Cuando me tocaba elegir un anuncio y de repente era el de un perfume de mujer, me acojonaba que Santa recibiese la información y me trajese el perfume. Me pasaba las noches en vela. Me obsesioné tanto que la mañana del 25 de diciembre, cuando descubrí tras el envoltorio un Airgamboy, la gasolinera de Playmobil o un balón, me desilusioné muchísimo: Me había hecho a la idea de recibir el perfume de mujer. Por lo tanto mi experiencia con Papá Noel fue un desastre. Y ahora me hace gracia cuando hacen películas sobre él y aparece como una celebridad, como alguien importante. Vamos a ver, ¿por qué le ponen siempre como si fuera el jefe de algo, como un explotador de elfos? Esas criaturitas curran como enanos (elfos) en un almacén de un polígono industrial de Laponia, que tiene que hacer un frío que te cagas allí dentro, es verdad, y lo mismo Santa viaja porque tiene más antigüedad, no lo se, pero de ahí a creer que es el jefe... ¿De verdad pensáis que ese gordo es el mandamás, que tiene la oficina en la parte de arriba de la nave? Yo no lo creo. ¡ES UN PUTO REPARTIDOR! Y si lo es ¿quién archiva los albaranes allí arriba? ¿Quién gestiona las entregas? ¿Dios? ¿A qué edad se entera uno de que Dios son los padres?

viernes, octubre 31, 2008

Libre

Me despertaron los descontrolados, y os aseguro que sinceros gemidos que Sharon emitió al otro lado de la pared, por no hablar de los rítmicos golpes de la cabecera de la cama, que desplazaron la mía hasta el centro de la habitación. Esto me proporcionó el más vigoroso de los priapismos. Así que, empecé el día liberando tensión y con una estúpida sonrisa dividiendo mi cara en dos. Al otro lado de mi habitación Enrique tarareaba algo alegre a dos voces. ¿Cómo lo hará? Este tío no es un loco, es un genio.
En el comedor reinaba el murmullo habitual. Tomé una bandeja, recibí mi nauseabundo aunque nutritivo desayuno y me senté en una mesa desocupada. Al momento aparecieron Sharon y Raimundo resplandecientes. Tomaron su alimento y vinieron a mi mesa. Señalando las dos sillas frente a mí dijeron:
-¿Están libres?
Entonces se me iluminó el rostro y, satisfecho contesté:
-Amigo, soy libre.

domingo, octubre 26, 2008

Componiendo La Huida II

La noche que decidí fugarme era la libre de Gladys. Graham no había vuelto a dar señales de vida. Cabía la posibilidad de que le hubieran encontrado dormido en el almacén o que Gladys hubiera informado sobre su locura, por lo que le habrían sancionado como mínimo. Poniéndome en lo peor, no estaba dispuesto a esperar a que apareciese otra vez por mi cuarto, así que, fui a buscar al 609. El simple hecho de pensar dónde ir fuera de aquí me producía dolor de cabeza. Estaba seguro de que en mi antiguo trabajo no se acordarían de mí, además, dudo que me volviesen a contratar. Es difícil reinsertarse en la sociedad cuando has estado un tiempo fuera de ella por algo que ha puesto en peligro tu vida y la de los demás.
Como había imaginado fue muy fácil salir, pero cuando me paré frente a la puerta principal no ví motivos para abandonar el edificio. Pensaba en las palabras de Raimundo y en lo indefenso que me sentiría fuera de aquí. En el centro psiquiátrico era un loco más, y cada una de nuestras excentricidades tenían cabida y, aunque pensaba que fuera no había ni una persona cuerda, lo que me tenía allí encerrado era el no ajustarme a unas normas que realmente nadie aceptaba, pero todos acataban. 609 tarareó una música que me entristeció. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan triste. Pensaba que seguramente me estaría perdiendo un sin fin de aventuras mientras siguiese allí abajo. Ni siquiera esperé a que alguien me atrapase, y dudo que ocurriera, porque los pocos que pasaban a mi lado no reparaban en mi presencia, ni en la de 609, que no dejó su musical gorgoteo en ningún momento. A la hora y media, viendo que nadie me hacía caso, volví a la sexta planta donde saludé a los celadores. Ninguno de ellos era Graham y a ninguno le pareció mal nuestra excursión. Así que, entré en mi habitación y sacié mi sed de aventuras con un sueño reparador.

martes, octubre 21, 2008

Raimundo ingresa en mi ex

Aquella mañana me encontré a Raimundo desayunando y me senté en la misma mesa, delante de él.
-¿Te importa que me siente aquí?
-Adelante.
-¿Qué es esa basura que comes?
-Lo mismo que vas a desayunar tú.
Dando por concluidos los saludos iniciales, continué por donde quería llevar la conversación.
-Me alegra que podamos hablar a solas. ¿Va a venir Sharon?
-Sí, no creo que tarde. Además, le va a interesar el tema, ¿no?
-No se. Lo vuestro lo tengo asumido y, aunque me sigue produciendo cierta
desazón escucharos cada noche fornicar como animales, me alegro de que mi ex
novia parezca rehabilitada y de que haya rehecho su vida con un
amigo.
-Sinceramente no puedo creer que siguas enamorado de ella. Por Dios, Murray,
que te ha intentado matar un par de veces, que si no llega a ser por el pobre
Wuan estarías muerto.
-Joder, me siento culpable de que esté aquí dentro.
-La diferencia es que lo tuyo fue un accidente y esto dos atentados. ¿Lo
entiendes?
Raimundo no entendía el motivo de mi desazón y continuó intentando sacarme de mi ansiedad.
-Realmente, es ahora cuando pienso que no estás bien de la cabeza. Al principio
me parecía injusto que te hubieran traído aquí, pero creo que este es tu sitio tanto
como el nuestro. Y Sharon simplemente perdió la cabeza, como podía haberse
estado lamentando de vuestra dramática ruptura hasta rehacer su vida, pero si
está aquí es porque está tan loca como los demás, y ha llegado ahora por estos
incidentes, como podía haber perdido la cordura tarde o temprano por cualquier
razón.
-Joder, qué fácil se ve así.
-¿Verdad?
-Siento haber desconfiado de ti.
-No tenemos porque alejarnos el uno del otro, y esto nos viene bien a los tres:
Sharon está más centrada, en una sola cosa, pero está centrada; tú puedes estar
más tranquilo, menos amenazado; y yo he encontrado la forma de controlar un
poco mi poder mental y me lo estoy pasando de lujo con la moza. Y me consta
que ella también conmigo.
-¿Amigos?
-Claro.
-¿Te vas a comer esa inmundicia?
-Sí.

Sharon no tardó en aparecer. Su rehabilitación no incluía el cuidado del aspecto físico, e hizo acto de presencia completamente despeinada, con una camiseta de superman y con unos calzoncillos de su amante. Por un momento temí lo peor e imaginé que Raimundo llevaría las bragas de Sharon. Asomé la cabeza por debajo de la mesa y comprobé que me equivocaba. No llevaba puestas las bragas de Sharon, no llevaba nada puesto. El miembro viril apoyaba su cabeza exhausta sobre la silla, aunque había tenido la deferencia de colocar una servilleta sobre ésta para evitar la vergonzosa condensación, amén de otras humedades que produciría su entrepierna. De repente, como si mi indiscreción hubiese despertado a su pene, comenzó a desperezarse y a erguirse cruzando nuestras miradas y desafiándome en una demostración de fuerza que me ofendió. Incluso levantó otra servilleta que reposaba sobre uno de sus muslos hasta encontrar la parte de debajo de la mesa y atraparla entre esta y su cabeza. Sharon estaba besando dulcemente a Raimundo y de ahí su excitación. Además no llevaba sostén y sus pechos, que con el latir de su corazón ante la caricia de los labios de Rai, saltaban rítmicamente debajo de su camiseta creando lógica inquietud en el comedor. Yo estaba ocupado con mi inquietud y no sufrí los efectos de los pechos de Sharon, que Dios mantenga firmes por mucho tiempo.

sábado, octubre 18, 2008

Sharon rompe la monotonía, una vez más

Esta semana han traído a Sharon a nuestra planta, a nuestro pasillo, pero afortunadamente está la habitación de Raimundo entre la suya y la mía. No ha dado guerra ni ha salido de la habitación. Raimundo y Gladys tenían razón, está muy tranquila. De esa manera he podido disfrutar de las visitas nocturnas de Gladys, cuya capacidad amatoria no tiene límites. Espero que no se aburra de mí.
Con todos estos acontecimientos se me había olvidado la idea de fugarme, y si seguía pensando en ello era por continuar la racha de aventuras. Estaba tan eufórico que me creía capaz de cualquier cosa.
Y no paró el trajín. Cuando pudo salir Sharon, se notó, y de qué manera. Después del desayuno fuimos a visitar a Wuan, y junto a su cama estaba Sharon. El ex ministro norcoreano estaba debatiéndose entre la depresión y el miedo por recibir la siempre temida visita de Sharon, completamente arrepentida de sus actos, que sujetaba la mano del oriental pidiéndole sinceras disculpas. Una fría punzada me atravesó de arriba abajo al encontrarla allí. No supe asimilar la razón exacta de esa sensación. Por un lado tuve miedo, pues era la tercera vez que nos encontrábamos en el Centro, y en las dos anteriores estuve a punto de morir; por otro lado sentí un hormigueo en el estómago que hacía tiempo que no experimentaba y que me resistí a reconocer como amor o algo parecido; y en último lugar percibí el miedo que sentía Wuan, rememorando el afilado y certero navajazo en su costado. Una orgía de empatía que me puso de muy mal humor, pues suficiente tenía con aquellos sentimientos hacia Sharon como para empezar a sentir el sufrimiento de Wuan como mío propio. Lo peor que me podía pasar era encontrarme con ella sin saber aún si la amaba o la odiaba. Y lo peor que le podía pasar a Wuan es lo que ocurrió a continuación: Raimundo volvió a perder el control de su mente y convirtió el pijama de Sharon en un vestido sobrio y elegante, pero dotado de un generoso escote, casi tan generoso como el tamaño de sus pechos. Esto no impresionó a Wuan, supongo que el miedo le visitó con un atuendo más provocativo. No contento con el cambio de vestuario y excitado por su resultado, Raimundo lo transformó en un traje de baño de quitar el hipo, lo que nos provocó una erección instantánea a los hombres allí reunidos, y además, la pérdida del control de los esfínteres de Wuan, que volvió a temer por su vida. El pequeño norcoreano entró en parada cardiorrespiratoria y nadie tuvo la suficiente capacidad de reacción para poner en marcha el mecanismo de alarma, o para interesarse por él. La confusión volvió a aparecer y, mientras Wuan dejaba de vivir, los demás corríamos en círculo por la habitación, hasta que fue Raimundo quien la atrapó y besó apasionadamente. Algo confusa al principio, Sharon se dejó llevar por el efecto afrodisíaco que su traje de baño nos causó, y lanzándose en plancha sobre Raimundo se unieron en amoroso y escandaloso vínculo. Fue la enfermera quien accionó el timbre de emergencia y socorrió al ex ministro, eso sí, sin poder evitar los sofocos.
Wuan sobrevivió una vez más y prohibieron toda visita por bienintencionada que demostrara ser.
Ya en mi dormitorio me di una ducha fría y pasé el resto del día lamentando mi mala suerte. No me quitaba de la cabeza a Sharon, aun habiendo demostrado su peligro en cada aparición. Y además sentía que entre Raimundo y yo se estaba abriendo un abismo. Acunado por mi tristeza me quedé dormido hasta que apareció Gladys nada más empezar el turno. Al menos no pasé la noche solo.

sábado, octubre 11, 2008

Graham peso muerto

Gladys es una persona muy dulce, de maneras suaves. Rara vez levanta la voz ni pierde los nervios y en situaciones tensas te lleva sin que te des cuenta hacia su terreno, lo que revienta al pobre Graham. Le cuesta muchísimo pasar de un estado de agitación a una calma total, y parece que no sabe desenvolverse en situaciones de calma si no tiene el control.

-Te acaba de “colocar” la jefa, Graham, le dije con sorna.
-No es ninguna jefa, cariño.
-¿Qué me has llamado?
-Que no es ninguna jefa, es una simple enfermera.
-Que, qué me has llamado.
-No te entiendo.
-Oye ¿en qué habitación estás tú?
-¡Me cago en dios!

Imagino que perdió el control al no recibir su extravagante y a todas luces ilegítima dosis habitual de sexo. Estaba como una cabra. Los médicos de este centro se pasan las horas estudiando la conducta de los internos y tienen en la plantilla al peor y con el que seguro podrían aprender muchas cosas de cara a evolucionar en su profesión. Graham me dijo “cariño”, licencia que no le permito ni a mi novio, en caso de que lo hubiera tenido alguna vez. Le pedí explicaciones y no se dio por aludido, así que se echó sobre mí volviendo al forcejeo donde lo habíamos dejado. Cuando empecé a sentir miedo, faltándome el aire debajo de él, apareció otra vez Gladys con una jeringa cargada. Entonces Graham retiró sus ciento veinte kilos de peso de mis costillas confiado de que iba a tenerme a su entera disposición –por fin nos pusimos de acuerdo en algo, yo también lo pensé- y Gladys le clavó la jeringa en el muslo. De la mezcla del miedo porque la inyección me fuera destinada y la alegría por sentirme finalmente libre me oriné encima.

-¡Ay, pobre! Exclamó Gladys maternal.
-¿Pobre? Estaba a punto de aplastarme, por no hablar del revolcón que me
esperaba en cuanto me redujese.
-¡Qué no, tonto! Si es por ti, que te has meado encima.
A pesar del olor me abrazó como a un niño y continuó:
-Venga, cógele de las piernas y ayúdame a llevarle al almacén de farmacia.
-No creo que ese sea un buen sitio para dejarle. ¿No hay habitaciones vacías en
esta planta? Merece estar encerrado más que muchos de nosotros.
-Tiempo al tiempo, sé perfectamente lo que te ha hecho cada noche y sólo
necesito encontrarle en plena infracción.
-¿Infracción? Y qué le puede caer, ¿una multita? Joder, ¡lleva abusando de mí
desde el coma! Ese, por lo menos, debería quedarse interno y atado.
-Debió perder la cabeza entonces, doblando turno durante tanto tiempo y con un
comatoso como única compañía.
-Ya.

Nunca me había sentido tan emocionado al participar en un asunto turbio como el de mover a Graham y esconderlo por ahí, y cuando llevábamos recorrido la mitad del pasillo nos dimos cuenta de que esa emoción la estaba causando el de la habitación 609 con algo intenso, dando dramatismo a la escena. Con la pelea se despertó y creyó oportuno acompañarnos. Aceptamos repuestos del sobresalto con la amenaza de que lo próximo que fuera a tararear sería el sonido de cuchilladas abriéndose paso por su vientre. Pronto esa emoción se convirtió en deseo y, en presencia de Graham, pero no en la del ameno acompañante, hicimos el amor en el almacén hasta caer exhaustos. Si alguien hubiera entrado en ese momento hubieran pensado que se trataba de una sedación en masa.
Con temblor en las piernas volví a la cama y conseguí dormir del tirón. No sabía si Graham iba a volver a molestarme lo que quedaba de noche, pero esperaba que le descubrieran durmiendo en horario laboral y le abrieran un expediente. Me arrepentí de haber actuado como un crío cuando casi nos descubre mi enfermera favorita, porque inconscientemente nos separamos en el momento en que entraba y, aunque había signos evidentes de lucha, no pudo ver nada, sabiendo como sabía perfectamente lo que pasaba con el celador.
Por la mañana me despertó el arrebato musical del 609 nada más levantarse. Ojalá pudiera hacer como con un despertador, golpearle para que suene dentro un rato.
¿Tendrán banda sonora sus sueños?

jueves, octubre 09, 2008

Graham me dice cosas bonitas al oído

Después de cenar, me dormí hasta que el sonido de la puerta me despertó. Me dio un vuelco el corazón convencido de ver a Gladys, con su uniforme blanco, su escote amplio y sus pantalones ceñidos sobre esos muslos turgentes. Al momento di muestras de mi hipersensibilidad tensando el pantalón del pijama. Pero quien entró con tanto sigilo fue Graham, confirmando todos mis temores de haber sido violado cada noche, menos la anterior, supongo, por pasarla con Gladys. Al verme se sorprendió, por encontrarme despierto y tan excitado. Si no hubiera sido por esta última razón se hubiera largado corriendo de allí, pero mi erección le hizo titubear y finalmente atacarme.

-¡Lo sabía!, grité forcejeando para desasirme de sus enormes manos.
-¿Qué sabías, Murray? No sé de qué me hablas. Yo te gusto. Me lo demostraste
en la UCI.
-¡Estaba en coma, tarado!
Conseguí reducirle no sin esfuerzo y en ese momento escuchamos a alguien aproximándose por el pasillo. Como dos críos temiendo la riña de un mayor nos quedamos sentados uno al lado del otro en la cama como si no pasara nada. Entonces entró sobresaltada Gladys, sus carnes trémulas bajo el uniforme, y gritó:
-¡Qué está pasando aquí!
En actitud de estar manteniendo una amistosa conversación, pero totalmente despeinados, con los rostros colorados por el desgaste durante el forcejeo, mi pijama y su uniforme retorcidos y un calor sofocante dentro de la habitación se nos ocurrió decir al mismo tiempo:
-No, nada.
-Estábais gritando. Se oía palabra por palabra, y conozco perfectamente lo que le
estuvo ocurriendo a Murray en hospitalización, dijo mirando fijamente a
Graham. En ese momento no tuve claro quién de nosotros dos era el loco.

domingo, octubre 05, 2008

Componiendo la huida

Gladys salió de mi dormitorio antes de las ocho, hora del cambio de turno, y yo me quedé dormido hasta la hora de comer. Me levanté con un hambre voraz. Fui a buscar a Raimundo y le encontré en el comedor, con aspecto desastroso.

-Tienes mal aspecto.
-No he pegado ojo. Localicé a mi atleta, desnuda. Luego volví y te anduve
buscando. No sé dónde diablos mandé la ropa de la checa y nada de lo que le
prestaba le valía. Luego pensé en la ropa de Gladys, la enfermera, y la
posibilidad, con tu ayuda, de conseguir alguna bata. Al parecer la ocasión era
propicia, porque supongo que tuvo su uniforme tirado al pie de tu cama toda la noche, ¿no? Por el escándalo que se oía en tu habitación parece que lo pasaste bien.
-Lo siento, Raimundo. Ni siquiera te hubiera atendido conscientemente, porque
no me he enterado de nada.
-Quién lo diría.

La conversación era interrumpida constantemente por otros internos que me vitoreaban por la noche que suponían que había tenido. Entonces le insinué mi idea de la fuga.

-¿Has pensado en la huida? -le pregunté-
-¿Tú crees que puedo vivir fuera de este lugar? Es el único sitio donde
puedo perder el control de mis poderes mentales sin que a nadie le moleste.
Además, no sabes cómo era antes de entrar aquí. Ahora estoy más tranquilo, sea
por la medicación o porque me siento más libre. Se que suena incongruente, pero
así es como me siento.
-La verdad es que el episodio de anoche me ha hecho cambiar el punto de vista. Ahora mismo, lo único en lo que pienso es en volver a ver a Gladys.
-Por Dios, tiene casi cincuenta años.
-Pues no sabes de lo que es capaz -intenté defenderme.-
-Por lo visto tú tampoco, chato.

A pesar de la intención ofensiva de las palabras de Raimundo, actué
como si no me hubiera enterado.

-Pues yo tengo curiosidad de saber si es posible huir de aquí, sólo saber si es tan
fácil como parece.
-Estás loco, Murray.
-¿Perdona?

Después de comer me encerré en mi habitación con la idea de fugarme palpitando en mis sienes. Recorrí toda la planta, anoté dónde se encontraba cada almacén, lo que se veía desde las ventanas de cada costado, la situación de los ascensores, de las escaleras, el área de descanso de los celadores y las enfermeras, y llegué a la conclusión de que mi plan se limitaría a salir en dirección a las escaleras y abajo alcanzar la calle.
Hecho el análisis volví a mi dormitorio y me distrajo un tarareo incesante que venía de la habitación de al lado. Visualizando el recorrido escuchaba una música que me ayudó a escenificarlo en mi cabeza. Era como si alguien estuviera componiendo la banda sonora de la película de mi evasión e hizo que la fe en mis posibilidades aumentara. Pero la curiosidad pudo con la emoción y sigilosamente me puse a investigar de dónde venía. En cuanto empecé a buscarla cambió la música trepidante de huida por algo con una mezcla de intriga y comicidad, violines punzantes marcaban mis prudentes pasos. Cuando agarré el pomo de la puerta 609 cesó el tarareo haciendo interminables los segundos; lo solté despacio y empezó a sonar progresivamente; lo cogí de nuevo y la música me acompañó de golpe para volver a callar y tensar una vez más la escena. Una gota de sudor surcaba mi rostro helado. Era fascinante. Abrí de golpe y un tarado emitió un sonido estridente que me empujó hacia fuera y me tiró al suelo. Cuando conseguí levantarme corrí hacia la escalera, y por el tercer piso, con el vecino pisándome los talones sin cesar su tarareo de persecución, paré en seco, paró él y su música y rompimos a reír sentados en la escalera. Es increíble cómo aumenta el miedo si le acompaña la música adecuada. No conseguí saber su nombre porque no sabía comunicarse de otra forma que no fuera con la música ambiente. Sin darme cuenta había hecho un simulacro de huida y seguro que este loco genial me acompañaría dando dramatismo, porque sin él, teniendo en cuenta lo fácil que resultaría salir, la aventura no tendría ninguna emoción.

domingo, septiembre 28, 2008

Talludita Gladys

Gracias al segundo intento de homicidio de Sharon, la excursión al estadio olímpico, mi siesta extrema en la biblioteca y la negativa de Raimundo a prestarme ayuda, me fui a dormir sin haber comido, sin cenar y con un horrible dolor de piernas. No había terminado de meterme en la cama, cuando entró Gladys, cerró con llave y me dedicó miradas que nunca antes había recibido, con la preocupante excepción de Graham.

-¡Oh, no!, exclamé aún extasiado.
-Ya está, mi amor, ya ha pasado todo.
-Lo siento…
-No te preocupes mi vida, es como si lo hubiese alcanzado contigo, me tranquilizó Sharon
-Te juro que es la primera vez que me pasa.
-Bueno, anoche.
-¿Cuándo me curaste nada más despertar? Lo recuerdo, pensé que fue el efecto
del sedante.
-No, cuando entré aquí. Cariño, son las siete de la mañana.
-Pero si no ha pasado ni un minuto. Ahora el rostro de Sharon no era tan comprensivo y me miraba con extrañeza.
-Vamos a ver: anoche entré en tu cuarto, te inyecté el sedante, pero no
conseguías dormir. Hemos estado toda la noche haciendo el amor. Bueno, has
estado toda la noche haciéndolo, porque no me ha dado tiempo a
desnudarme. Eres tan precoz.
-¿No puedes utilizar otro término?
-Cada orgasmo era un nuevo récord de velocidad.
-Prefiero lo de eyaculador precoz. ¿Cómo hemos acabado aquí?, intenté cambiar de tema, pero parece que el fiasco nos tenía confundidos.
-Vosotros sabréis.
-No, me refiero a ti y a mi.
-Te tomé cariño cuando te encontré dentro de mi taquilla, con el torso desnudo y
la ropa interior hecha jirones. Durante las curas casi no podía contenerme y de
no ser porque estabas continuamente custodiado te hubiera violado cada noche.
-Bueno, considérame violado.

Más tranquilos, conversamos tendidos en la cama sobre mi idea de huir del centro. Me avergonzó que hubiera descubierto mi idea y le hice saber que estaba asustado por lo de Sharon. Aproveché para mostrar mi total disconformidad con que la hubieran ingresado precisamente en nuestro centro. Me dijo que las cosas estaban así y poco podía hacerse, pero me aseguró que Sharon no volvería a ser la misma, que los fuertes antipsicóticos que estaba recibiendo la tranquilizarían bastante.
Después de la charla tomé las riendas y la obsequié con un coito que me hizo recordar mi capacidad erótica más célebre.

jueves, septiembre 25, 2008

La sordera del corredor de fondo

A la mañana siguiente desperté en un estadio abarrotado, vestido de corto y acompañado de varios atletas. A mi lado derecho había uno saludando a una cámara que avanzaba lentamente de izquierda a derecha captando los saludos concentrados de los corredores. Había pasado delante de mis narices, seguramente la megafonía había anunciado mi nombre y la cámara de televisión emitió para millones de telespectadores mi estúpida expresión. Entonces apareció Raimundo, mi compañero de pasillo, con el número de su habitación, la 607, pegado al muslo. Me fijé y yo llevaba el número de la mía en el mismo lugar. El pistoletazo de salida lanzó la carrera. No sabía qué diablos hacía allí, pero imaginé que había sido Raimundo con su poder mental, y en estas reflexiones hice tropezar a otro corredor que perdió el equilibrio. La prueba estaba siendo muy lenta y los atletas recriminaban nuestra falta de concentración. Entonces Raimundo señaló la imagen del video marcador y un texto que decía: a Sharon la van a encerrar en nuestra planta. Esto me aceleró el pulso y rompí definitivamente la carrera en un sprint eléctrico de trescientos metros que me dio el triunfo. Antes de que los corredores me diesen una paliza aparecí en mi habitación. Con la necesidad urgente de verificar la noticia, entré sin avisar en el cuarto de Raimundo y le descubrí en la cama con algo o alguien. En el suelo estaba su ropa de atleta y un chándal del equipo femenino de lanzamiento de peso de la República Checa. Esto confirmó que la carrera que había ganado no había sido un sueño, fue obra de la mente caprichosa de Raimundo, y que, por tanto, el rumor del ingreso de Sharon era cierto. Salí con sigilo, cogí papel y lápiz y metí por debajo de la puerta una nota emplazando a Raimundo a reunirse conmigo en la biblioteca. La colección de libros y películas de Wuan ponía en ridículo la del centro, y, con su beneplácito, la dirección anexionó la una a la del otro. Tomé una de las películas orientales, y me dormí como un bebé. La película me dio un efecto sedante que ningún medicamento había conseguido antes.
Al despertar volví a la habitación de Raimundo. Entré y la lucha encarnizada sobre su cama estaba en su punto álgido. El amasijo de carne en que estaban convertidos me hizo imposible distinguirle y toqué ligeramente el hombro de la atleta pensando que era el de Raimundo –no le recordaba tan peludo, pero supuse que era el suyo-. El sobresalto hizo que mi vecino la transportase sabe Dios dónde y recriminara mi intromisión,
-¿No sabes llamar a la puerta, Murray?
-Tenemos que escapar de aquí o Sharon volverá a hacerme daño.
-No creo que Sharon esté ahora para volver a intentar matarte. Estará muy sedada, y sujeta a una cama, así que, no tienes por qué preocuparte.

jueves, septiembre 18, 2008

Wuan recibe mi merecido

A los dos días de operarme de los tímpanos me dieron el alta y Graham y otro celador me llevaron a mi dependencia, en el mismo edificio. En el comedor me esperaban los internos y el personal sanitario para darme la bienvenida. Escondida en el tumulto vi a Sharon y en ese momento pensé que no había tenido nada que ver con la explosión, si no, la habrían reducido nada más entrar en el edificio. Pero allí estaba, emergiendo entre la multitud, visiblemente emocionada, camino de fundirse en un abrazo conmigo. Con lágrimas en los ojos fui hacia ella, pero antes de juntarnos acuchilló al pobre Wuan en un costado, que se interpuso entre ambos para darme la bienvenida. No pudo aguantar la emoción y se anticipó a todos para abrazarme desconsolado. De esa manera quedó entre la homicida y mi cuerpo aún convaleciente. Para más humillación, la hoja del cuchillo entró horizontal y la fuerza del brazo de Sharon le mantuvo en vilo a dos palmos del suelo empujándole contra mí, y al ver que la hoja no le había traspasado, lo sacudió enérgicamente para soltarlo. Graham y su compañero, que contemplaban el recibimiento desde la puerta, chocaron entre sí dudando si atender al pequeño ex ministro de cultura norcoreano o reducir a Sharon. Finalmente apresaron a la homicida y Su Excelencia sólo tuvo que lamentar la pérdida del bazo, que le fue extirpado aquella misma tarde.

Capítulo doble, ¡como en la tele!

Es muy tarde y, aunque no tengo ganas de dormir, si las tengo de soñar, y sueño que hay alguien al otro lado que va a leer la historia. En fin, que he publicado el primer capítulo de la historia que me empujó a escribir en este blog hace dos años, remozada en "Salvar a Murray", y me ha parecido tan rápido y soso el proceso de publicaión, que voy a mandaros -o mandarte, o mandarme- un segundo capítulo a la voz de AR (Ana Rosa), o sea, ya. Joedr, ¡como en la tele!

Dulce y explosiva Sharon

Sinceramente, no esperaba la visita de Sharon. Desde que ingresé en este lugar, había perdido toda esperanza de volver a verla y de seguir siendo su novio. Tanto, que casi la había olvidado. Aun así se presentó. Entré en la sala de la televisión y menos de un minuto después se fue. Mientras regresaba, me aseguró que lo haría, busqué algo interesante en la tele, sin poner grandes esperanzas en ello prendí el aparato. Fue como si el botón que pulsé del mando a distancia eliminara la gravedad y mi cuerpo y los objetos de la sala se confundieran en un terrible caos.

Con la misma sensación de gravedad cero me desperté tumbado sobre una cama y sujeto a unos cables. Distinguí a varias personas a mí alrededor: Raimundo, el interno que vive junto a mi habitación; Graham, el celador que me trajo al Centro; y Gladys, la enfermera que me atendió tras la explosión. En ese momento empecé a recordar: la visita de Sharon, la sala de la televisión, el olor a almendras amargas y la explosión. Intentaron explicarme lo ocurrido, pero no pude oír nada. Me inquietaba Graham, que no dejó de llorar formando una estampa lamentable en contraste con su colosal tamaño. Temo que durante mis vacaciones en el subconsciente haya abusado de su autoridad y de algo más. No conseguía oír mi voz preguntando por Sharon, que creo que tiene algo que ver con mi convalecencia, pero ninguno de los tres parecía conocerla.
Gladys invitó a abandonar la habitación a los dos y me puso más medicación en el suero. Me curó las heridas con una delicadeza estremecedora. La sensación que me proporcionó el sedante fue lo más parecido a un orgasmo.

¡Me cargué la historia!

No se cómo deciros esto. No es que me haya tirado un año sin escribir aquí por el cago de conciencia, ejque he estao liao.

Con dificultades, pero he conseguido entrar en mi blog. Cuando he leído el último capítulo de la historieta me he dado cuenta de que no tiene final ni lo tendrá nunca. En el curso de creación literaria que empecé el año pasado, en una de las propuestas, decidí no comerme la cabeza y convertir la historia en un cuento de no más de veinte páginas. Después decidí comerme menos la cabeza y lo construí cortando y pegando -qué vergüenza, por dios-, y al final, con ayuda del agudo análisis de los miembros del taller, le di cierta forma. Y no quedó mal, aunque, cada vez que leo, sigo viendo el corta y pega.

Poe eso pienso que me he cargado la historia, aunque siempre puedo volcarla aquí, capítulo a capítulo -mantiene prácticamente los mismos-, como si no hubiera pasado nada. Y quizás se me ocurran más aventuras relacionadas con los personajes.

Es genial escribir en el blog pensando que alguien lo va a leer.