domingo, octubre 26, 2008

Componiendo La Huida II

La noche que decidí fugarme era la libre de Gladys. Graham no había vuelto a dar señales de vida. Cabía la posibilidad de que le hubieran encontrado dormido en el almacén o que Gladys hubiera informado sobre su locura, por lo que le habrían sancionado como mínimo. Poniéndome en lo peor, no estaba dispuesto a esperar a que apareciese otra vez por mi cuarto, así que, fui a buscar al 609. El simple hecho de pensar dónde ir fuera de aquí me producía dolor de cabeza. Estaba seguro de que en mi antiguo trabajo no se acordarían de mí, además, dudo que me volviesen a contratar. Es difícil reinsertarse en la sociedad cuando has estado un tiempo fuera de ella por algo que ha puesto en peligro tu vida y la de los demás.
Como había imaginado fue muy fácil salir, pero cuando me paré frente a la puerta principal no ví motivos para abandonar el edificio. Pensaba en las palabras de Raimundo y en lo indefenso que me sentiría fuera de aquí. En el centro psiquiátrico era un loco más, y cada una de nuestras excentricidades tenían cabida y, aunque pensaba que fuera no había ni una persona cuerda, lo que me tenía allí encerrado era el no ajustarme a unas normas que realmente nadie aceptaba, pero todos acataban. 609 tarareó una música que me entristeció. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan triste. Pensaba que seguramente me estaría perdiendo un sin fin de aventuras mientras siguiese allí abajo. Ni siquiera esperé a que alguien me atrapase, y dudo que ocurriera, porque los pocos que pasaban a mi lado no reparaban en mi presencia, ni en la de 609, que no dejó su musical gorgoteo en ningún momento. A la hora y media, viendo que nadie me hacía caso, volví a la sexta planta donde saludé a los celadores. Ninguno de ellos era Graham y a ninguno le pareció mal nuestra excursión. Así que, entré en mi habitación y sacié mi sed de aventuras con un sueño reparador.

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