sábado, octubre 11, 2008

Graham peso muerto

Gladys es una persona muy dulce, de maneras suaves. Rara vez levanta la voz ni pierde los nervios y en situaciones tensas te lleva sin que te des cuenta hacia su terreno, lo que revienta al pobre Graham. Le cuesta muchísimo pasar de un estado de agitación a una calma total, y parece que no sabe desenvolverse en situaciones de calma si no tiene el control.

-Te acaba de “colocar” la jefa, Graham, le dije con sorna.
-No es ninguna jefa, cariño.
-¿Qué me has llamado?
-Que no es ninguna jefa, es una simple enfermera.
-Que, qué me has llamado.
-No te entiendo.
-Oye ¿en qué habitación estás tú?
-¡Me cago en dios!

Imagino que perdió el control al no recibir su extravagante y a todas luces ilegítima dosis habitual de sexo. Estaba como una cabra. Los médicos de este centro se pasan las horas estudiando la conducta de los internos y tienen en la plantilla al peor y con el que seguro podrían aprender muchas cosas de cara a evolucionar en su profesión. Graham me dijo “cariño”, licencia que no le permito ni a mi novio, en caso de que lo hubiera tenido alguna vez. Le pedí explicaciones y no se dio por aludido, así que se echó sobre mí volviendo al forcejeo donde lo habíamos dejado. Cuando empecé a sentir miedo, faltándome el aire debajo de él, apareció otra vez Gladys con una jeringa cargada. Entonces Graham retiró sus ciento veinte kilos de peso de mis costillas confiado de que iba a tenerme a su entera disposición –por fin nos pusimos de acuerdo en algo, yo también lo pensé- y Gladys le clavó la jeringa en el muslo. De la mezcla del miedo porque la inyección me fuera destinada y la alegría por sentirme finalmente libre me oriné encima.

-¡Ay, pobre! Exclamó Gladys maternal.
-¿Pobre? Estaba a punto de aplastarme, por no hablar del revolcón que me
esperaba en cuanto me redujese.
-¡Qué no, tonto! Si es por ti, que te has meado encima.
A pesar del olor me abrazó como a un niño y continuó:
-Venga, cógele de las piernas y ayúdame a llevarle al almacén de farmacia.
-No creo que ese sea un buen sitio para dejarle. ¿No hay habitaciones vacías en
esta planta? Merece estar encerrado más que muchos de nosotros.
-Tiempo al tiempo, sé perfectamente lo que te ha hecho cada noche y sólo
necesito encontrarle en plena infracción.
-¿Infracción? Y qué le puede caer, ¿una multita? Joder, ¡lleva abusando de mí
desde el coma! Ese, por lo menos, debería quedarse interno y atado.
-Debió perder la cabeza entonces, doblando turno durante tanto tiempo y con un
comatoso como única compañía.
-Ya.

Nunca me había sentido tan emocionado al participar en un asunto turbio como el de mover a Graham y esconderlo por ahí, y cuando llevábamos recorrido la mitad del pasillo nos dimos cuenta de que esa emoción la estaba causando el de la habitación 609 con algo intenso, dando dramatismo a la escena. Con la pelea se despertó y creyó oportuno acompañarnos. Aceptamos repuestos del sobresalto con la amenaza de que lo próximo que fuera a tararear sería el sonido de cuchilladas abriéndose paso por su vientre. Pronto esa emoción se convirtió en deseo y, en presencia de Graham, pero no en la del ameno acompañante, hicimos el amor en el almacén hasta caer exhaustos. Si alguien hubiera entrado en ese momento hubieran pensado que se trataba de una sedación en masa.
Con temblor en las piernas volví a la cama y conseguí dormir del tirón. No sabía si Graham iba a volver a molestarme lo que quedaba de noche, pero esperaba que le descubrieran durmiendo en horario laboral y le abrieran un expediente. Me arrepentí de haber actuado como un crío cuando casi nos descubre mi enfermera favorita, porque inconscientemente nos separamos en el momento en que entraba y, aunque había signos evidentes de lucha, no pudo ver nada, sabiendo como sabía perfectamente lo que pasaba con el celador.
Por la mañana me despertó el arrebato musical del 609 nada más levantarse. Ojalá pudiera hacer como con un despertador, golpearle para que suene dentro un rato.
¿Tendrán banda sonora sus sueños?

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