domingo, octubre 05, 2008

Componiendo la huida

Gladys salió de mi dormitorio antes de las ocho, hora del cambio de turno, y yo me quedé dormido hasta la hora de comer. Me levanté con un hambre voraz. Fui a buscar a Raimundo y le encontré en el comedor, con aspecto desastroso.

-Tienes mal aspecto.
-No he pegado ojo. Localicé a mi atleta, desnuda. Luego volví y te anduve
buscando. No sé dónde diablos mandé la ropa de la checa y nada de lo que le
prestaba le valía. Luego pensé en la ropa de Gladys, la enfermera, y la
posibilidad, con tu ayuda, de conseguir alguna bata. Al parecer la ocasión era
propicia, porque supongo que tuvo su uniforme tirado al pie de tu cama toda la noche, ¿no? Por el escándalo que se oía en tu habitación parece que lo pasaste bien.
-Lo siento, Raimundo. Ni siquiera te hubiera atendido conscientemente, porque
no me he enterado de nada.
-Quién lo diría.

La conversación era interrumpida constantemente por otros internos que me vitoreaban por la noche que suponían que había tenido. Entonces le insinué mi idea de la fuga.

-¿Has pensado en la huida? -le pregunté-
-¿Tú crees que puedo vivir fuera de este lugar? Es el único sitio donde
puedo perder el control de mis poderes mentales sin que a nadie le moleste.
Además, no sabes cómo era antes de entrar aquí. Ahora estoy más tranquilo, sea
por la medicación o porque me siento más libre. Se que suena incongruente, pero
así es como me siento.
-La verdad es que el episodio de anoche me ha hecho cambiar el punto de vista. Ahora mismo, lo único en lo que pienso es en volver a ver a Gladys.
-Por Dios, tiene casi cincuenta años.
-Pues no sabes de lo que es capaz -intenté defenderme.-
-Por lo visto tú tampoco, chato.

A pesar de la intención ofensiva de las palabras de Raimundo, actué
como si no me hubiera enterado.

-Pues yo tengo curiosidad de saber si es posible huir de aquí, sólo saber si es tan
fácil como parece.
-Estás loco, Murray.
-¿Perdona?

Después de comer me encerré en mi habitación con la idea de fugarme palpitando en mis sienes. Recorrí toda la planta, anoté dónde se encontraba cada almacén, lo que se veía desde las ventanas de cada costado, la situación de los ascensores, de las escaleras, el área de descanso de los celadores y las enfermeras, y llegué a la conclusión de que mi plan se limitaría a salir en dirección a las escaleras y abajo alcanzar la calle.
Hecho el análisis volví a mi dormitorio y me distrajo un tarareo incesante que venía de la habitación de al lado. Visualizando el recorrido escuchaba una música que me ayudó a escenificarlo en mi cabeza. Era como si alguien estuviera componiendo la banda sonora de la película de mi evasión e hizo que la fe en mis posibilidades aumentara. Pero la curiosidad pudo con la emoción y sigilosamente me puse a investigar de dónde venía. En cuanto empecé a buscarla cambió la música trepidante de huida por algo con una mezcla de intriga y comicidad, violines punzantes marcaban mis prudentes pasos. Cuando agarré el pomo de la puerta 609 cesó el tarareo haciendo interminables los segundos; lo solté despacio y empezó a sonar progresivamente; lo cogí de nuevo y la música me acompañó de golpe para volver a callar y tensar una vez más la escena. Una gota de sudor surcaba mi rostro helado. Era fascinante. Abrí de golpe y un tarado emitió un sonido estridente que me empujó hacia fuera y me tiró al suelo. Cuando conseguí levantarme corrí hacia la escalera, y por el tercer piso, con el vecino pisándome los talones sin cesar su tarareo de persecución, paré en seco, paró él y su música y rompimos a reír sentados en la escalera. Es increíble cómo aumenta el miedo si le acompaña la música adecuada. No conseguí saber su nombre porque no sabía comunicarse de otra forma que no fuera con la música ambiente. Sin darme cuenta había hecho un simulacro de huida y seguro que este loco genial me acompañaría dando dramatismo, porque sin él, teniendo en cuenta lo fácil que resultaría salir, la aventura no tendría ninguna emoción.

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