lunes, enero 11, 2010

Feliz Año Nuevo

2. AVENTURAS SUBACUÁTICAS EN EL FONDO DE UN VASO DE TUBO

Antonia se tomó las uvas en casa de sus padres, en una cena de Noche Vieja de lo más aburrida. Lamentaba no poder disfrutarlas con Julián, su marido, con quien llevaba apenas siete meses casada, pues hubieran sido sus primeras Navidades juntos. Julián se encontraba en el sudoeste alemán, en Aachen, buscando trabajo en la factoría de automóviles donde trabajaba su hermano desde hacía un tiempo.
Después del brindis se despidió de su familia y se fue a casa de Merche, una compañera de trabajo. No soportaba la idea de pasar esa noche sola y además tenía guardia en el hospital el día de Año Nuevo. Su compañera tenía coche y también trabajaba ese día, así que irían juntas. Cuando llegó, Merche no estaba en su casa y la recibió en la puerta de enfrente junto con su vecina.
-“¡Feliz Año! Venga, ponte cómoda que Paddy celebra una fiesta.”
Antonia dudó por un momento. Si bien tenía que madrugar, no le apetecía quedarse sola, precisamente por eso se iba a quedar en casa de Merche, pero el bullicio que salía de la casa de al lado le animó a acceder a la invitación. Las risas de la gente resonaban por encima de la música, por lo que si se acostaba no iba a poder dormir.
-“Que es una copa, mujer”, intervino Paddy.
Dejó el abrigo en casa de Merche y se sumergió en el alboroto de la fiesta.
En la primera copa todavía flotaba una densa capa de responsabilidad que le hacía contar las horas que quedaban hasta el momento de irse a trabajar. Pero miraba a Merche y la encontraba completamente desinhibida disfrutando de la fiesta con sus vecinos, por lo que decidió imitarla y relajarse. En la segunda copa apareció otra capa más densa: la de la culpabilidad por estar pasando la Noche Vieja en una fiesta sin su marido. Pensó que seguramente él se sentiría igual allí en Alemania.
Habiendo consumido todas sus preocupaciones y tras el primer trago a su tercera copa, se dejó llevar hacia el fondo de ésta. Nadó entre los hielos por los que se escurría aquel delicioso licor y se sintió tan bien allí dentro que permaneció observando los movimientos de la gente a través del fondo del vaso. A partir de ese momento la música y el alboroto perdieron presencia en sus oídos y fue su risa la que pasó a un primer plano. El siguiente momento que recordaría sería el de estar abrazada a la taza del inodoro y la ducha de agua fría que vino a continuación. Después le colocaron el albornoz de Paddy y Merche se la llevó a su casa.
Ya en la cama y nada más oír la puerta cerrarse tuvo que levantarse corriendo a vomitar parte del alcohol ingerido, y cuando vio que eran solo las tres de la mañana estuvo tentada de volver a la fiesta, pero un movimiento brusco le trajo de vuelta el mareo y volvió directamente a la cama.

martes, enero 05, 2010

Feliz Año Nuevo

1. PRIMER INTENTO (I)

Manuela percibió el ruido de la cerradura como un estruendo que no adelantaba nada bueno. Tomó en brazos a la pequeña y corrió hasta la puerta, que se abría llenando de frío el pasillo. Cuando vio entrar a su hija con la misma expresión y la misma tripa que cuando se fue dijo:
-“¿Qué pasa, hija?”
-“Por lo visto no estoy para parir”, respondió Paquita, como no si fuera tan grave.
-“¡Sabrán ellos mejor que tú!”
-“¡Qué van a saber si estaban todavía de cachondeo! La enfermera que me dijo que volviera a casa. Llevaba un gorrito de fiesta y no entendí nada de lo que me dijo hasta que no se quitó el mata-suegras de la boca.”
Ahora Manuela preguntaba a Paco, su yerno, desesperada por la parsimonia de su hija, que no parecía nerviosa a pesar de los contratiempos:
-“¿Y habéis necesitado todo el día para que os digan eso?”
-“No, mujer. Hemos estado parados una hora y media en Canillejas, había un control de la policía por lo de Carrero blanco.”
-“¿Y no has hecho nada?”, Manuela no se daba por vencida.
-“¿Qué podía hacer? Le dije a uno que llevaba a mi mujer embarazada al hospital, pero se acercó al coche, miró dentro, observó el tráfico y dijo que teníamos que esperar.”
-“¡Ahora resulta que todo el mundo, menos mi hija, sabe si está a punto de dar a luz o no! ¿Qué te hubiera costado haber hecho un poco de teatro, hija? ¡Joder, que pareces primeriza!”
La pequeña Úrsula contemplaba la escena boquiabierta, en brazos de su abuela primero, en los de su padre después y en los de su madre, que la devolvió a Manuela. Desde allí, casi imperceptiblemente dijo:
-“¿Y mi hermanito?”
Nadie contestó a la niña, porque en ese momento apareció Bernardo, el padre de Paquita. Manuela transmitía su estado de nervios a todos los que aparecían por la casa.
-“¿Dónde andabas toda la tarde? ¡Que tu hija esta a punto de darte un nieto!”
Bernardo miró a su hija y le dijo:
-“¿Todavía no os lo han dado?”
Manuela fulminó con la mirada a su marido y olisqueó su ropa. En el proceso descubrió un agujero causado por una quemadura del que asomaba el bigote de una gamba. Resignada preguntó:
-“¿Por qué no apagas la mecha del encendedor antes de guardarlo en el bolsillo?”
Sin contestar y antes de que su mujer formulase la referente al bigote de la gamba, sacó del bolsillo horadado un grasiento paquete de servilletas que, efectivamente, escondía media docena de gambas. El grito que Manuela contuvo se convirtió en un terrible dolor de cabeza. Su pulso era perceptible en una vena que surcaba su frente. Solo consiguió tranquilizarse al ver que ya no tenía a su nieta en los brazos y no recordar haberla dejado en su silleta. Entonces Bernardo aprovechó para explicar lo de las gambas:
-“¡Hay que ver cómo ha subido todo! ¡Qué año nos espera! Esta es la tapa que me han puesto. ¡Ahí la iba a dejar, con lo que me han cobrado!”
-“Seguro que no era la tapa del primer vino, ¿eh?”, contestó Manuela harta las cosas de su marido.
Paquita no pudo evitar soltar una carcajada por la ocurrencia de su padre y la reacción de su madre, que volvía a bombear sangre al cerebro a través de aquella vena desafiante.