martes, agosto 14, 2007

15. Farmacofilia.

Graham había traído a mi habitación una camilla, que dejó aparcada fuera, en el pasillo, y nos vino de perlas para trasladarle al almacén de farmacia. Nunca me había sentido tan emocionado al participar en un asunto ligeramente turbio como era el de mover a Graham y esconderlo por ahí, y cuando llevábamos recorrido la mitad del pasillo nos dimos cuenta de que esa emoción la causaba Henry tarareando algo intenso e intrigante, dando dramatismo a la escena. Con la pelea se había despertado y había creído oportuno acompañarnos. Aceptamos con el vello de punta pero le amenazamos con que lo próximo que fuera a tararear sería el sonido de cuchilladas abriéndose paso por su vientre. Pronto esa emoción se convirtió en deseo y en presencia de Graham, pero no en la de Henry, que volvió a su habitación en cuanto notó el calor que se desprendía de los dos enamorados –esta vez mostró bastante cordura- hicimos el amor en el almacén hasta que Gladys calculó que remitiría el efecto del sedante.
Con temblor en las piernas volví a mi habitación y conseguí dormir del tirón, mientras Gladys sacudía el rostro de Graham tratando de despertarle. No volví a verles en toda la noche. Me acosté con la seguridad de que Graham no volvería a molestarme al menos hasta la noche siguiente si no le abrían un expediente hoy mismo, cosa que dudo, porque la única que puede hacerlo es Gladys, y tiene mucho que ocultar igualmente.
Una hora antes de lo que suele ser habitual me desperté entre sobresaltado y extrañado: yo sí podía denunciar a Graham... No. Temo que me comporté como un imbécil y un crío cuando casi nos descubre mi enfermera favorita, porque inconscientemente nos separamos en el momento en que entraba ésta y, aunque había signos evidentes de lucha, no pudo ver nada, sabiendo como sabía perfectamente lo que pasaba con el súper celador. Oriné con gran estrépito y volví a la cama para apurar la hora escasa que me quedaba.
A la media hora me despertó el “Good Day Sunshine” de los Beatles con que amenizó Henry nada más levantarse. Ojalá pudiera hacer como con un despertador, golpearle para que suene dentro un rato.