martes, julio 24, 2007

13. Graham me dice cosas bonitas al oído

Esta noche no he conseguido dormir una hora seguida. Ya me acosté algo agitado ante la posibilidad de que Gladys acudiera a la cita con la lujuria en mi habitación y a medida que avanzaba la noche y ésta no aparecía mi agitación iba en aumento. Además esa noche hice lo posible por no tomar la medicación y ante la duda no tomé ninguna, ni la pastilla de después de cenar, ni la inyección de la enfermera, que esta vez fue la del turno de tarde, librándome de ella asegurando que sería el turno de noche quien me la pondría, como siempre, y tampoco cené por temor a que, como no he dejado de oír desde que llegué, alguna medicina fuera disuelta en ésta. Y aunque hubiera conseguido dormir algo, a un lado de mi cuarto tenía las brutales embestidas de Raimundo sobre la complaciente Sharon contra la pared donde apoyaba mi cama y el pobre Henry que para colmo tarareaba entre sueños. Al menos me concentré en la musiquilla del otro lado que no estaba nada mal. Para estar loco, Henry era un grandísimo compositor y pronto empecé a sentir envidia, imaginando cómo sería un sueño con banda sonora. Concentrado en esto último y habiendo liberado algo de tensión con la música gutural conseguí dormir, o descansar los ojos, al menos unos minutos, hasta que me despertó el ruido del pomo de la puerta al girar. Me dio un vuelco el corazón porque estaba convencido de que era Gladys, con su pijama blanco, que es el uniforme de trabajo, su escote amplio con ayuda de la cantidad de bolígrafos, rotuladores, tijeras y pinzas que abultan su bolsillo superior y sus pantalones ceñidos cubriendo a duras penas esos muslos turgentes, brillantes... Rápidamente di muestras de mi hipersensibilidad tensando mi pantalón del pijama por acción de una descarada erección.
Quien entró con ese sigilo en la habitación fue Graham, confirmando todos mis temores de haber estado siendo violado cada noche, menos la anterior, supongo, por pasarla con Gladys. Al verme pareció sorprenderse, por encontrarme despierto, desnudo sobre las sábanas y tan excitado como estaba. Si no hubiera sido por esta última razón se hubiera largado corriendo de allí, alegando seguramente haberse equivocado, pero mi erección le hizo dudar en un principio y decidirse a atacarme después.
-¡Lo sabía!, Grité forcejeando para desasirme de sus enormes manos.
-Qué sabías, Murray, no sé de qué me hablas. Yo te gusto. Me lo demostraste en la UCI.
-¡Estaba en coma, tarado!, Ahora había conseguido reducirle no sin esfuerzo y justo en ese momento entró sobresaltada Gladys, con lo que sus carnes se mostraron excitantemente temblorosas bajo su uniforme blanco, gritando:
-¡Qué está pasando aquí!
En el momento de la aparición de Gladys a Graham y a mí nos había dado tiempo de dejar de pelearnos y ya estábamos sentados en la cama, en actitud de estar manteniendo una amistosa conversación, pero totalmente despeinados, con los rostros colorados por el desgaste durante el forcejeo, mi pijama y su uniforme retorcidos y un calor sofocante dentro de la habitación.
-No, nada.
-Estabais gritando, y se oía palabra por palabra, y conozco perfectamente lo que lleva pasando cada noche en esta habitación desde hace unos meses, dijo mirando fijamente a Graham. En ese momento no tuve claro quién de los dos era el loco.

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