domingo, julio 15, 2007

12. Henry Mancini, el gran compositor gutural

Recuperada la confianza en mi erotismo y teniendo en cuenta que la competición del vídeo juego había terminado para mí, pasamos el resto de la mañana retozando por cada rincón del devastado dormitorio sin tener ningún contacto con nadie, ni internos, ni personal sanitario, bueno, salvo la lógica y excitante excepción de Gladys, que me sorprendió con su inusual, para su edad (47 años recién cumplidos), destreza amatoria. Sí hubo algo que nos llamó la atención de vez en cuando: una musiquilla que venía de la habitación de al lado, la opuesta a la de Raimundo, que nos inquietó porque daba la impresión de estar compuesta o pensada para dar dramatismo al tremendo festín sexual que estábamos teniendo Gladys y yo, como si fuese una banda sonora y lo acontecido en mi cuarto la escena de una película. No podría afirmar que fuese una grabación, era más bien un tarareo, un sonido gutural, como si unos labios estuvieran pegados a la pared contigua emitiendo el ruido. Lo que en principio nos causó cierta inquietud al final contribuyó a que estuviéramos todo la mañana convertidos en uno.

Gladys se fue a su casa poco antes de la hora de comer. Necesitaba descansar para entrar por la noche en su turno habitual después de librar la jornada anterior. Yo no quise hacer ningún comentario al respecto de lo que podría ocurrir esta noche, si la enfermera se limitaría a cumplir con su trabajo sin asomarse ni un momento a mi estancia, si lo haría al terminar el turno para pasar otra mañana en mi cama enroscando los rizos del pelo de mi pecho entre sus dedos y haciendo el amor como hacía mucho que ninguno de los dos lo hacía. Lo que tenía claro es que la medicación no me la perdonaría ni loca y que pasaría la noche inconsciente, solo o acompañado, por Gladys o quien fuera (¿¡Graham!?).

Llegando al comedor me estremeció el alboroto que había formado. Me hizo recordar el recibimiento que me dedicaron los internos, en especial Sharon con su cuchillo de cocina, tras la recuperación de las heridas causadas por la bomba. Habían hecho corro alrededor de alguien que les hacía reír a carcajadas.
- ¡Por fin un loco de verdad!, Gritó Procopio con la boca llena dando una terrible palmada en la espalda del nuevo.
- Pero, di algo, soso, di tu nombre, ¡algo!
- ¡Qué gracioso!
Realmente Sharon había encontrado equilibrio al lado de Raimundo y no pude evitar felicitarla, lo que hizo sentirme realmente bien, a pesar del miedo que aun le tenía, si bien, me aseguré antes de acercarme a ella de que no había ningún elemento punzante, cortante o simplemente lesivo a su alcance.
- ¿Por qué felicidades?
- Porque me alegro de verte tan bien como antes.
- Estoy mejor que antes, Murray, dijo, notando en sus ojos un brillo de misericordia que me derrumbó en sus brazos.
En ese emotivo instante alguien empezó a tararear una música muy sensiblera, como de comedia romántica de verano en su momento más álgido, haciendo romper a reír a todos los que estaban en el comedor. Aquel que no abría la boca para nada era el nuevo residente, el que ahora ocupaba la habitación a la izquierda de la mía, seguramente el que compuso la banda sonora original de mi encuentro sexual con Gladys.
Como no era capaz ni de decir su nombre, ni siquiera escribirlo, decidimos llamarle Henry Mancini, porque seguramente fuese el mejor compositor de bandas sonoras vivo, como lo fue Mancini en vida. Aunque el loco solo fuese compositor gutural.

1 comentario:

Dani dijo...

Hola amigo,
volvemos a encontrarnos en este baúl con cuadros y poesías.

Te recomiendo "los olvidados" del último disco de Sidonie.
Sería una perfecta banda sonora para tu blog.
Un abrazo fuerte
Dani