domingo, julio 08, 2007

11. Gladys y la máquina imparable de sexo

No preguntéis cómo, pero he despertado junto a Gladys en mi cama, o lo que queda de ella, porque parece como si la bomba que casi me mata hubiera estallado en mi cuarto esta misma noche. No recuerdo absolutamente nada de lo que pasó. Supongo que hicimos el amor, o al menos echamos un polvo, porque al despertar estaba completamente desnudo y abrazado dulcemente a Gladys. Por fortuna no tengo la misma sensación que al despertar del coma, con Graham al pie de mi cama “velando mis sueños”. Procuré no moverme la primera media hora para no despertarla, tiempo que empleé en intentar recordar lo ocurrido. Tarea imposible, pues la medicación que me dan por la noche hace que no recuerde nada (me estremezco de miedo al pensarlo fríamente), como bien sabe Gladys, que es quien muchas veces me las proporciona. Si no estuviera atravesando una crisis amorosa la denunciaría por violación... Bueno, cuando estuve en coma no tenía crisis de ningún tipo y no denuncié a Graham, aun teniendo pruebas para ello. Elimino esta preocupación de mi cabeza con una facilidad pasmosa y me concentro en otra nueva: ¿disfruté con mi nueva, flamante y talluda amante? Como se aproveche de mí cada noche no lo voy a saber en la vida, así que empiezo a zafarme de sus brazos rollizos y me escabullo bajo las sábanas (percibo que lo que nos cubre no es la sábana, sino una bandera enorme del Betis que clavé al techo, regalo de mi tía Paqui hace años.) Empiezo por los pies con un masaje que me excita inusualmente. Ahí descubrí el secreto de obtener placer dándolo. Me gustó tanto que no pude dedicar tiempo a acariciar las demás partes del cuerpo de Gladys pues esta me arrancó de mi ensimismamiento con una agitación que me dejó al borde mismo del clímax, tan al borde que alcancé el orgasmo apenas iniciado el coito.

- OH, ¡NO!
- Ya está, mi amor, ya está, ya ha pasado todo.
- Lo siento.
- No te preocupes mi vida, me siento como si lo hubiese alcanzado contigo de la mano.
- Te juro que nunca antes me había pasado.
- Sí, anoche.
- Pero, ¿cada vez?
- Cada vez, qué.
- Cada polvo.
- Qué coño, sólo hubo una vez.
- ¿Y este desorden?
- Curiosamente la eyaculación no hizo que liberaras tensión, el haberlo hecho de forma precoz...
- ¿No puedes emplear otro término menos científico?
- ... te volvió loco... Vaya, perdona, quería decir que te sacó de tus casillas.
- Vale, vale, lo he entendido.
- Con vosotros es difícil medir las palabras con exactitud. Nadie reconoce estar como está pero luego tenéis reacciones desmedidas a la mínima insinuación. Vosotros sabéis mejor que nadie como estáis, no necesitáis demostrar nada a nadie.
- Ya lo has vuelto a hacer.
- ¿Lo ves?

- Oye, ¿cómo acabamos aquí?
- Vosotros sabréis.
- ¡No, coño! Tú y yo, en esta cama, en esta situación.
- Uf, a ver cómo te lo explico. Estoy al tanto, lógicamente, de todo lo que ha pasado desde que ingresaste, y, sinceramente, siempre me has parecido un queso, pero por muy buenos que estéis yo no me arriesgo a intimar con ninguno. Pero tu caso es especial, porque siempre me has parecido diferente. Está claro que si estás aquí dentro es porque supones una amenaza contra la sociedad e independientemente de lo justa o injusta que esta sea, estás al margen de ella. Y desde el atentado, me enterneció tu actitud hacia los acontecimientos, hacia tu ex novia...
- Sharon.
- ...eso, Sharon. No era normal tu punto de vista, tu inocencia. Para que me entiendas y no te enfades, no es muy normal esa actitud en un desequilibrado mental, al menos en mis veintitrés años de experiencia no me había encontrado con alguien como tú. Te cogí cariño. Pero sobretodo fue al encontrarte dentro de mi taquilla, inconsciente, con el torso desnudo y completamente depilado por el fuego de la explosión, tu ropa interior hecha jirones... Durante las curas casi no podía contener mi recuperada feminidad y de no ser porque estabas constantemente custodiado te hubiera violado cada noche.
(...)
- ¡Madre mía, qué sensibilidad, qué poderío, qué descaro! Pensé que no te atraía lo más mínimo.
- Son esos ojos con los que me miras, me distraen de todo lo demás.
- Si no te desvanecieras con esa celeridad estaría muerta de miedo ahora mismo.
- Hay que terminar esto de una vez.

Y esta vez pude consumar el acto. Y me encontré tan seguro, tan confiado en mí mismo que incluso me recreé en el baile asegurándome en satisfacerla como merecía, más por sacudir la suciedad acumulada sobre mi maltrecha autoestima que por dejar a Gladys cubierta de amor y unida a mi hombría para siempre, puesto que no la conocía y no me estaba jugando nada, era ella quien se encaprichó conmigo y mi hastío vital me condujo hasta sus suaves y tiernas carnes.

No hay comentarios: